jueves, 29 de septiembre de 2016

El Vuelto

La historia que voy a relatar ahora, se basa en hechos reales sucedidos hace ya muchísimos años. Me la contó un pariente cercano que aún vivía en los tiempos en que los hechos sucedieron. El, a su vez, la oyó de primera fuente e incluso conocía a la mayoría de las  que estaban allí esa noche.

No daré nombres, fechas ni lugares, solo describiré de la mejor forma que pueda lo sucedido una lluviosa noche de invierno, al interior de una chichería de un pueblito del sur de Chile.

El local en el cual funcionaba este expendio de bebidas alcohólicas, era pequeño y tenía en el frente una entrada con doble puerta, para que no se filtrara la lluvia cuando alguien entraba o salía, pero igual el viento se colaba por la rendijas de la viejas tejuelas de madera que cubrían el exterior de la pared, la cual no tenia forro interior. Por tal razón en los meses de invierno, ninguno de los personajes que frecuentaba el lugar, se sentaban cerca de la puerta o paredes. Al centro de este chinchel, colgaba desde el cielo raso un cable eléctrico con una sucia ampolleta, llena de polvo y el recuerdo de las moscas, que no alcanzaba a iluminar bien sus rincones. Tres oscuras y pequeñas mesas con cuatro sillas de mimbre cada una, componían el pobre mobiliario del interior.

Para atender a sus clientes, el tabernero se ubicaba detrás de un rústico mostrador de un color indefinido, a sus espaldas estaban las estanterías, donde además de las botellas  se amontonaban desordenadamente: embudos, cañas, vasos, sacacorchos y algunas mangueras. Debido al mal tiempo reinante, al centro del negocio se había instalado un tarro duraznero vacío, el cual recibía una rítmica gotera de lluvia que se filtraba por el techo. A la derecha del mesonero, se encontraba colgado un calendario del año, que mostraba una pareja de huasos a caballo, haciendo una atajada de cuatro puntos en la quincha. En la otra pared de enfrente, sujeta de un clavo, estaba una sucia litografía enmarcada, que al parecer llevaba una montón de años en ese lugar, la cual mostraba un gran racimo de uvas que alguna vez fueron blancas pero con el humo de los cigarros, los vapores etílicos , la humedad y el polvo, ya parecían pasas.

En la parte de atrás de este local, unida por un corto pasillo había una bodega pequeña donde se almacenaba la chicha de manzana fuerte. Para tales efectos apegada a una de sus paredes interiores, existía una especie de banqueta o encatrado confeccionada con tablones gruesos que se ubicaba a unos cuarenta centímetros del suelo de tierra, sobre la cual estaban instaladas tres pipas de madera de encino, que contenían aproximadamente doscientos litros cada una, todas tenían puestas llaves de madera que permitían extraer la sidra que llenaba botellas y garrafas. Era un lugar mas bien oscuro con un olor muy fuerte, hasta hediondo se podría decir, característico de la chicha de manzana. En las paredes se observaban numerosos clavos a medio enterrar, desde los cuales colgaban embudos de latón, envases de un litro enlozados de color blanco con algunas saltaduras, productos de golpes y caídas; también había allí utensilios con los que se trasvasijaban los líquidos.

En este lugar, el dueño del negocio hacía sus mixturas y arreglines para que la chicha no se pusiera picante y no se transformara en vinagre. En realidad este cantinero era un alquimista consumado en el difícil arte de arreglar y revivir chichas y vinos, que comenzaban a echarse a perder y lo más importante, nadie lo notaba.

Corría como la una de la mañana de un día de Agosto y la lluvia torrencial continuaba sin parar. En ese momento quedaban solo seis parroquianos en el local, todos activos y destacados integrantes de la bohemia chichera y al parecer esperaban que amainara el temporal para retirarse a sus casas, también por supuesto, estaba allí el dueño del local, aburrido de escuchar a los curados, muerto de sueño y no hallaba la hora de cerrar para irse a dormir.

Estos seis parroquianos, que estaban ahí esa tormentosa noche de invierno, no eran ningunos aficionados al trago, en realidad todos eran profesionales expertos, cada uno de ellos con un amplio curriculum en el arte de empinar el codo y ponerle hasta quedar botados, algunos de ellos podrían catalogarse como masters en el copete y dos de ellos, por los años que llevaban chupando sin parar, se merecían en justicia el doctorado, uno de los cuales era perito avezado en degustar mostos, chichas fermentadas, lagrimillas y sidra de manzana fuerte, el segundo más humilde y con menos billete, le correspondía mas que a nadie este justo galardón, por beber constantemente a la bolsa de los demás, degustar bigoteados, conchos, sobras y de un cuantuay por más de veinticinco largos años.

En una de las mesas del rincón se habían instalado tres de estos asiduos parroquianos que mientras tomaban, charlaban animadamente, todos hablaban fuerte para sobrepasar el ruido que hacia la lluvia y también por los grados alcohólicos que tenían en el cuerpo. Uno de ellos: flacuchento, desgarbado, de pelo largo, nariz ganchuda y con un diente delantero de menos, con pinta de director de orquesta venido a menos, se encontraba sentado a horcajadas en una silla, afirmado en el respaldo y con una caña de chicha en la mano, en ese momento miró para todos lados, hizo un esfuerzo y trabajosamente se levantó y enderezándose a duras penas, se  dirigió a la escasa concurrencia, diciendo: 

- ¡Brindo por mis queridos amigos que día a día, que con su presencia honran este local, que lo pueden denominar chinchel, tabuco, taberna, tugurio, chichería o como quieran, pero para nosotros los que aquí estamos, es nuestra segunda casa, aquí nadie nos reta, no nos manda nadie, en cambio en nuestros hogares nos tratan de borrachos, alcoholizados, inservibles, flojos y un sartal de epítetos soeces más, por tal razón, creo que esta debería denominarse con justicia nuestra primera casa. En honor a todos ustedes y a este lugar en particular, voy a recitar una poesía arrítmica que se me ocurrió y que lleva por nombre “la chicha de manzana”, no se parece para nada al caldillo de congrio de Neruda, puesto que las manzanas están aquí al lado y el mar lleno de peces de Pablo esta muy lejos. Dice así:

Con una caña de chicha
mi guata se recalienta,
mi alma se pone liviana
y mi cuerpo se llena de dicha.

Con dos cañas de chicha de manzana
mi cuerpo se suelta al tiro,
mis rodillas temblequean,
no se como amaneceré mañana.

Con tres cañas de chicha fuerte
caminaré muy despacio,
hablaré un montón de leseras
y le haré cachañas a la muerte.

Con cuatro cañas bien llenas
dormiré echado en el mesón,
amaneceré botado en un rincón,
pero me olvidaré de las penas.

A la mañana siguiente
mi vieja vendrá a buscarme,
me llevará de una oreja,
y no emitiré ni una queja,

dirá que soy un desgraciado
pero no haré mucho boche,
porque a la siguiente noche
feliz, aquí estaré sentado.

Terminada esta enjundiosa alocución, todos aplaudieron a rabiar, porque se sintieron totalmente identificados con los versos de su amigo.

El segundo curadito que estaba sentado en la mesa del vate, escuchó atentamente el recitado de su amigo y para no ser menos señaló:

- Se que estoy harto curao, pero me gustó lo que dijo mi amigo y yo le agregaría lo siguiente:

Si el río fuera de chicha 
y yo no supiera nadar
botado de guata a la orilla,
me lo podría tomar.

Se produjo una risa general con aplausos y griteríos. El tercer personaje de la mesa del poeta era un chico paticojo, ordinario y con la sopaipilla pasada, quién elevando la voz con su lengua estropajosa, aseguró que la chicha de manzana era bíblica.

El poeta, que lo escuchaba atentamente lo increpó.

- Por la flauta que hablai leseras, no vengai a meter la religión aquí.

- Párale, párale-,  dijo el chicoco y escúchame bien lo que voy a decir:

Al Adán una manzana Eva le dio
el la estrujó una mañana,
y desde ese mismo día aciago
en que nació la chicha de manzana,
estamos metidos en el trago
¿o alguien dice que no?


Aquí, casi se vino abajo el chinchel con las risotadas y los aplausos, incluso los que estaban afirmados en el mostrador se volvieron a mirar y se llegaban apretar la guata tanto reírse, dos de ellos siguieron conversando animadamente y el tercero que estaba apoyado en el mesón, se mandó su última caña al seco y empezó a discurrir a quien le iba a bolsear un trago, ya que la poca plata que tenía se le había acabado. Paró la oreja y escuchó a sus vecinos cuando comentaban de una carrera de caballos a la chilena, en la cual habían ganado bastante dinero. Uno de los que más hacía alarde de su buena suerte, llamó al mesonero y le dijo con una voz estropajosa, ¡tráeme la última jarra, que aquí con mi amigo la vamos a tomar y después nos iremos a dormir a nuestras casas, ya que el tiempo está bastante malo, además que ya es muy tarde y mañana temprano tenemos que salir a la pega sin falta!, para lo cual le pasó un billete de mayor denominación que el valor de la bebida comprada, el encargado del negocio recibió el pago, abrió la cajonera donde guardaba el dinero, ingresó el billete recibido y sacó lo que correspondía dar de vuelto y lo puso al lado del que le pagó, junto con la jarra de chicha. Este último seguía conversando animadamente con su amigo. El tercer personaje, al cual se le había acabado el dinero, se percató que el vuelto seguía arriba del mesón y el que debía recibirlo estaba de espaldas empinando el codo. Tampoco el dueño del negocio estaba mirando y como la ocasión hace al ladrón, en un tris se apropió del vuelto ajeno, guardándoselo en un bolsillo y haciéndose el leso como si nada.

Un instante después, el que había pagado la sidra, miró hacia el lado y viendo que no estaba el vuelto correspondiente, con una voz un poco subida de tono por los grados de alcohol ingeridos, le reclamó al tabernero que le devolviera su plata. El cantinero molesto replicó:
- ¡Yo te la entregué dejándotela al lado de la jarra. Tienes que habértelo guardado en el bolsillo y no te diste cuenta.

El cliente replicó:
- Parece que estas acostumbradito a hacerte el leso con los vueltos, no es la primera vez que me pasa aquí.

El tabernero muy molesto le dijo:
- A quien venís a tratar de ladrón desgraciado.

El parroquiano aludido, con vos fuerte le contestó:
- A ti pus guatón pillo y sinvergüenza.

El dueño de la chichería tenía harta paciencia para tratar con los borrachos, pero las injurias y el tono insultante con que se las dijeron, lo hicieron perder el control. Tomando impulso y sin medir las consecuencias, desde detrás del mesón le pegó un fuerte puñetazo al cliente, como este estaba bastante ebrio y desprevenido, recibió de lleno el feroz combo en pleno rostro, retrocedió trastabillando y se fue de espaldas, con tan mala suerte que pegó con la nuca en la solera de concreto que orillaba el interior de la cantina, esto le produjo un severo traumatismo cerebral y cuando el resto de los clientes que estaban allí, llegaron para auxiliarlo y tratar de pararlo, constataron que tenía un corte profundo en la parte de atrás de la cabeza, también presentaba muestras de sangre en la comisura de los labios y en la nariz, parpadeaba en forma rápida y movía las manos esporádicamente.

Muy asustados no hallaban que decisión tomar, por unos segundos se quedaron paralizados, hasta que al poeta se le ocurrió una solución rápida y dijo al resto de los que estaban ahí: Vamos a dejarlo a la casa de su hijo que vive como a una cuadra de la plaza, le diremos que se cayó solo, el lo cuidará y lo llevará al médico si es necesario. En realidad ninguno de ellos tenía idea de la gravedad en que se encontraba el accidentado, todos estuvieron de acuerdo en llevarlo al lugar que señalara el poeta, el cantinero sabiendose responsable de lo sucedido se apresuró a ir a buscar una frazada, entre todos tomaron al herido que se quejaba en forma continúa, lo pusieron con cuidado arriba del elemento antes citado, a una voz lo levantaron, abrieron la puerta del local para salir a la calle, ahí el temporal desatado los golpeó de frente, estaba lloviendo a chuzos, entre trastabillones y tropezones endilgaron hacia la plaza, que estaba como a tres cuadras, cuando iban cruzando por el medio de ésta, se percataron que el herido no se movía, lo depositaron en un asiento de la plaza y uno de ellos le tomó el pulso no sintiendo nada, para asegurarse el poeta hizo lo mismo y exclamó:
- ¡ No tiene pulso, parece que se nos fue.
- ¡ Esta muerto exclamo otro, asustado!

Ante esto, a todos se les anduvo espantando la mona, se miraron consternados, nunca se habían encontrado en una situación tan dramática, el cantinero sintiéndose culpable no hallaba que hacer, todos vieron que él le propinó el golpe mortal, pero también escucharon la retahíla de insultos y garabatos que le lanzó la victima antes del puñetazo.

Uno de los mas avispados dijo:
- Si esto se sabe, vamos a estar metidos en un medio forro y la policía para solucionar el caso nos va a mandar a todos a la cárcel.

El flaco que había recitado la oda a la chicha de manzana, muy amigo del cantinero dijo:
- Este fue un accidente casual y mi amigo aquí presente en ningún momento tuvo intención de matarlo. Y le propuso al resto: Ya esta muerto, no va a sentir nada, ¿por que no lo vamos a dejar a la carretera para que parezca que fue atropellado por un vehículo?.

El amigo que estaba tomando con el finado reaccionó indignado y dijo: 
- Puchas que es fácil para ustedes deshacerse de mi compadre, yo lo estimaba mucho, como lo vamos a ir a botar como a un perro, no podemos hacer eso.

De nuevo tomó la palabra el recitador y le dijo:
- Acuérdate que tienes un juicio pendiente por apalear sin misericordia a dos rotos y que casi los mataste, ¿crees que el juez te va a tomar en cuenta?, capaz que te deje preso al tiro.

Quedó pensando el reclamante y después de unos minutos dijo: 
- Tenis razón, hagamos lo que dices.

El resto del lote de curados, mojados hasta los huesos, apoyó unánimemente la idea y a duras penas reemprendieron la marcha, esta vez hacia la Carretera Panamericana (actualmente ruta 5 sur). Mientras caminaban, los truenos retumbaban estrepitosamente en los cerros cercanos y la luz de los relámpagos iluminaba la torrencial lluvia que los vientos huracanados desparramaban para todos lados, parecía como si el cielo estuviera despidiendo con un millón de lágrimas la trágica partida del malogrado parroquiano.

Las luces de la calle apenas alumbraban, más se guiaban por los relámpagos, caminaron un par de cuadras por el barro y la semipenumbra, llegaron a la carretera y entre destello y destello miraron para todos lados, asegurándose que nadie los viera y colocaron al muerto atravesado en la calzada que iba de norte a sur. El dueño de la cantina recuperó su frazada y todos en medio del relampagueo y la tronadera se retiraron apresuradamente hasta la cantina. El gran culpable que se apropió del vuelto ajeno no dijo ni pio, el cantinero para aliviar el peso de su conciencia, les sirvió una ronda de trago gratis a todos, uno de ellos fue a soltar el caballo del occiso, que aun estaba atado al varón y lo correteó para que se volviera a su querencia.

Antes de retirarse del tugurio, todos se juramentaron que no le contarían nada a nadie, pero hay un pero, “juramento de curados, con dos tragos es olvidado”.

Cuando aclaró el día y paró la lluvia, una persona que pasó temprano por la carretera, vio un cuerpo semi destrozado, que había sido pisoteado por varios vehículos y dio aviso a la policía. Se apersonó un juez y autorizó el levantamiento del cuerpo, que fue llevado a la morgue para que se le practicara la autopsia de rigor.

El parte de la policía fue simple: “persona ebria atropellada en la carretera con resultado de muerte”. No se pudo determinar que vehiculo lo atropelló, por que al parecer, fueron varios los que le pasaron por encima al no percatarse de su presencia, ya que la lluvia y la oscuridad no dejaban ver casi nada.

Las autoridades no se preocuparon de averiguar más acerca de este accidente, debido a que el finado siempre trataba muy mal a la policía, por lo que el caso se cerró sin más ni más.

Con el correr de los años, uno de los borrachitos que estaba esa noche en la chichería y que había jurado no decir nada, al calor de unos botellones en una mesa de amigos contó con lujo de detalles lo que ocurrió en la cantina, pero nadie lo tomó en serio ni le creyó, quizás porque era un alcohólico consuetudinario al que le gustaba inventar historias para beber a la bolsa de los que le escuchaban, aquí todos se olvidaron de una antigua máxima que dice: “los niños y los curados dicen siempre la verdad”.

Los familiares del muerto intentaron reabrir el caso, pero no pasó nada, hubieron muchos comentarios de pueblo chico y también se tejieron historias, pero no pasó a más. La justicia dio por solucionado el caso con rapidez y el difunto pasó a engrosar la larga lista de personas, que han sido atropelladas accidentalmente en la carretera... o que han sido puestas allí.

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