martes, 17 de enero de 2017

El Pont

El Pont (4 historias)

Aclaración: El título de lo que hoy escribo, les parecerá raro, pues está compuesto de una palabra castellana y otra francesa, esto se debe a que el Viaducto Ferroviario del Malleco, fue fundido y confeccionado en las acerías francesas de Creuzot y, una vez terminado, se trasladó en barcos hasta Chile vía Estrecho de Magallanes, para finalmente desembarcar en el puerto de Talcahuano y posteriormente ser trasladado hasta Collipulli en ferrocarril, donde, con el sudor de los aguerridos rotos chilenos, fue instalado definitivamente sobre la profunda garganta del río Malleco, por esta razón el título es un homenaje tanto a mi país  como a Francia.

Por ningún motivo, podría dejar de mencionar en esta oportunidad, a un iluminado de la historia y a la vez gran visionario, me refiero al insigne Presidente de La República y mártir de la Patria, Don. José Manuel Balmaceda Fernández, quien siendo Ministro del Interior del Pdte. Sr. Domingo Santa María González, apoyó decididamente la construcción de este viaducto, y al mismo tiempo le tocó en suerte inaugurarlo el 26 de octubre de 1890, cuando él ya estaba a cargo de la primera magistratura de la Nación. 

Quiero recordar también en esta oportunidad, al ingeniero civil don Adonis Subiabre Toro, hijo de mi recordado colega bancario Sr. Adonis Subiabre Risso, quien como experto en la construcción de variadas obras de todo tipo, se preparó concienzudamente y escribió un hermoso y muy documentado libro sobre la construcción de esta maravilla de la ingeniería, denominado Viaducto del Malleco, que después de más de 125 años de uso ininterrumpido, sigue en pie sirviendo al país. 

Por último, quiero agregar, que el año 1958 se raspó la pintura antigua y se le aplicó una nueva de siete capas (posteriormente se han realizado otras refacciones), dos de azarcón anticorrosiva y cinco de la clásica pintura color plomo para metales, en esa oportunidad, junto con varios Collipullanos más, participábamos en estas peligrosas labores colgados de andamios sobre el abismo, recibiendo los vientos y los calores sin nada que los detuviera. En esa oportunidad yo, que contaba a la sazón con 20 años de edad, pude observar con que meticulosidad fueron hechas todas las partes de ese puente a finales del siglo XIX, por eso todos quienes laboramos en esas arriesgadas funciones, sabemos que este viaducto es una obra sin par.

Frutillar, 26 de diciembre de 2016






La Peña

Como lo dice el título de esta historia, se trata de un peñasco muy grande, icónico diría yo, que está ubicado a unos 50 metros río abajo de la pilastra mayor del puente ferroviario del Malleco a orillas del río del mismo nombre y cuya altura sobre el nivel de las aguas alcanzaba unos 5 metros, no tenía playa ni orilla, por lo que las personas que se iban a bañar ahí, debían lanzarse desde su cima hasta las aguas que tenían una profundidad promedio de unos 6 metros (los movimientos de tierra efectuados hace unos 40 años para represar el Malleco -proyecto que finalmente no se llevó a efecto- taparon el lugar con tierra y escombros).

Los que íbamos allí debíamos tener una vasta experiencia en natación, por lo que siempre arriba de esa gran peña estaban los nadadores más avezados y conocedores del río Generalmente el más antiguo o de mayor edad daba instrucciones y todos las obedecíamos, esto porque siempre había un peligro latente en ese hermoso lugar ¿Cuál era?, a continuación lo explico: Cuando los trenes, cuyo combustible en esos tiempos era el carbón de piedra, cruzaban el viaducto; a veces como diversión, broma, o solo para verlos volar hacia el abismo de más de 100 metros de profundidad, no faltaban los fogoneros y maquinistas que lanzaban los trozos de carbón más grandes que encontraban, los cuales llegaban a pesar varios kilos. Debido a esto, cuando los trenes empezaban a entrar al puente, todos los que estábamos en la peña mirábamos preocupados hacia lo alto, la mayoría de las veces no pasaba nada, pero en ocasiones arrojaban carbones. Entonces el que hacía de jefe en ese avezado grupo de nadadores, gritaba a todo pulmón ¡¡Carbones!!
Inmediatamente, todos en masa nos lanzábamos en piqueros al agua, sumergiéndonos lo más que podíamos, aguantábamos la respiración y cuando emergíamos, los carbones ya habían tocado tierra, incluso algunos habían caído sobre la base de piedra, donde momentos antes estábamos recostados tomando el sol.

Una soleada tarde de verano en que nos estábamos bañando (los que íbamos a ese lugar nos conocíamos de años), llegó un chico nuevo que recién se había venido a vivir al pueblo, era hijo de un empleado público importante, nosotros lo habíamos visto en la escuela pero nunca en el río. Saludó al boleo, se sacó la ropa y quedó en traje de baño, observó en forma displicente al abigarrado lote de bañistas que estábamos allí, como diciendo "aquí vengo yo", nosotros lo miramos sorprendidos, pensando que hace este cachetón patudo aquí, si apenas sabe nadar a lo perro. 

Con gran desparpajo, se paró al borde de la peña, tomó impulso y se lanzó al raudal (pozón), todos quedamos expectantes, se sumergió profundamente y, como era esperable en un nadador poco experto, con dificultad salió a la superficie sacó la cabeza fuera del agua y levantando una mano gritó, ¡Uno, uno, por favor sáquenme yo le pago!, todos nos paramos preocupados y nos dispusimos a ir a rescatarlo, pero el que hacía de jefe del grupo, dijo: ¡Paren cabros, déjenmelo a mí!, después de esta pedida de auxilio, el novato de nuevo se fue a fondo, salió pataleando por segunda vez, gritando más desesperadamente, ¡Uno, uno, por favor yo le pago!, nadie se movió, volvió a hundirse el nadador de marras y por tercera vez, desesperado y con varios tragos de agua en el cuerpo, volvió a gritar casi llorando, ¡Uno , uno por favor yo le pago!, ahí el que hacía de jefe del grupo de nadadores, se lanzó al raudal, lo sacó y lo llevó al borde de la peña, entre todos lo subimos arriba de la roca y el que lo rescató lo increpó duramente diciéndole: 

¡Vístete y te mandas a cambiar!, ¡no vengas nunca más hasta que sepas nadar bien, ¡cualquiera de los que están aquí, por salvarte pudo ahogarse!

El muchacho cabizbajo y avergonzado se fué y nunca más volvió a ir a ese lugar.


FIN




Por amor

Una helada mañana de invierno de la década del 40, llegó piteando desde el norte hasta la ciudad de Collipulli, como siempre con un poco de atraso, el tren de once, llamado así porque esa era la hora aproximada en la que este convoy de pasajeros, hacia su entrada al andén de la estación, se detuvo y varias personas se bajaron cargando diversos tipos de bultos o maletas, una de ellas, una hermosa dama joven y atractiva, solo traía como equipaje su cartera de mano y en su rostro mostraba a las claras, que también cargaba una gran pena.

Según se supo después, ella abordó el tren de pasajeros muy temprano, en el puerto de Talcahuano y durante el largo viaje hacia el sur, orillando en gran parte el río BíoBio, suponemos que le dio mil vueltas a lo que estaba determinada llevar a cabo, pues solo tenía una idea fija y al parecer no se acordó para nada de sus padres, hermanos o parientes. A veces estas situaciones críticas del alma, llevan a las personas hasta límites que son incomprensibles. Cuando llegó a la estación de su destino final, se bajó en forma rápida e inmediatamente comenzó a caminar por la orilla de la línea ferroviaria, en dirección al sur.

Varias personas la vieron pasar por el lado de sus casas, que estaban a la vera de la línea del ferrocarril y en las cuales vivía el personal que laboraba en él, incluso algunos la saludaron como se estila en el sur. En su apurado caminar pasó por debajo del puente de cemento que conecta el camino que va de Collipulli a Angol, un poco más allá se encontró con el traqueteo del Donkey (máquina a vapor que trabajaba todo el día manteniendo la presión del agua, para llenar los sedientos estanques de las locomotoras a vapor), enseguida comenzó a enfrentar una larga curva y pasó por el frente de las grandes bodegas de la “Compañía Molinera El Globo”, donde también algunos obreros la vieron en su agitado caminar, luego tuvo a la vista la entrada al imponente Viaducto Ferroviario del Malleco. 

En la garita que está al comienzo, el guardapuente la saludó y le preguntó a donde se dirigía, ella le señaló con mucha claridad, que iba de visita donde unos parientes que vivían al otro lado , el ferroviario no viendo ningún inconveniente para que cruzara, la autorizó pasar, se despidió de ella y le deseó suerte, ella le respondió algo y esbozó una sonrisa que más parecía una mueca, entró de lleno en el puente y empezó a caminar por las tres corridas de tablones que estaban al lado de los rieles, el funcionario la quedó mirando, pues no era común que mujeres jóvenes y hermosas atravesaran solas este peligroso viaducto, como en ese instante no tenía nada que hacer, la siguió observándola mientras se alejaba, en ese momento le dio una corazonada de que algo podía pasar, pero no supo qué, cuando ella llegó al centro del puente, es decir a unos 150 metros de distancia de la garita, justo encima de la pilastra mayor, se detuvo, miró largamente hacia el lugar donde estaba el guardapuente, casi como despidiéndose, este la seguía contemplando en la distancia, ella le hizo un gesto con la mano y rápidamente pasó su cuerpo por entre la baranda metálica que da hacia el norte y saltó al abismo. Al ver esto, que antes nunca le había tocado contemplar, aunque ya nada podía hacer, corrió hasta el lugar desde donde había saltado la joven, enseguida volvió corriendo a la garita y se comunicó agitadamente con el Jefe de Estación, señalándole lo ocurrido. 

En el momento en que ella se lanzó al vacío, corría un fuerte viento norte, por tal razón al principio de la caída, debido al impulso que hizo al saltar, se alejó un poco del puente, pero por razón del ventarrón reinante volvió a acercarse a la estructura metálica y al llegar abajo, golpeó en el lado norte de la pilastra mayor; el feroz impacto en la dura estructura de piedra y cemento de la base, prácticamente destrozó su cuerpo, por lo que tuvo una muerte instantánea y su sangre empapó gran parte de esa sólida esquina y durante muchos años, como mudo testigo de este sacrificio de amor, quedó en la piedra una gran mancha oscura, que aun hoy, con un poco de paciencia e imaginación, se puede observar. 

FIN



El Carretero

Hay un camino de tierra pasa por debajo del viaducto del Malleco, y que sirve para que las personas que tienen predios o fundos río abajo por el lado sur del río, lleguen hasta sus casas. Cuando ocurrió el hecho que detallaré corría el año 1950, y esa polvorienta ruta era recorrida casi por puras carretas tiradas por bueyes y jinetes a caballo. 

Una mañana de invierno, un campesino salió con destino a Collipulli, llevando su carreta cargada con sacos de carbón de madera. Partió muy temprano hacia el pueblo, por lo que a media tarde había bien vendido todos los sacos que llevaba.

Una vez que se desocupó, con el dinero recaudado, pasó a un negocio conocido y adquirió lo que necesitaba llevar para su familia que estaba en el campo, y por supuesto en esta compra no le faltó la chuica de 5 litros de vino tinto. Salió del pueblo y empezó a bajar la cuesta que cruza el río por un pequeño puente unos 30 metros río abajo del lugar denominado “El Balneario”, le dio sed y destapó la garrafa, se mandó un largo sorbo y después otro, cuando pasó por el puente antes mencionado, ya iba a media estaca, le empezó a dar sueño por la levantada temprano y también por los tragos que se había mandado al cuerpo, por esto los bueyes prácticamente doblaron solos a la derecha, por un camino ya conocido, para tomar el rumbo a la querencia y se fueron caminando cansinamente por la ruta que va por la orilla del río, con rumbo norponiente. 

Aquí parten las especulaciones, se cree que cuando la carreta con el campesino ya durmiendo, estaba pasando justo por debajo del puente ferroviario, desde un tren se les cayó o lanzaron intencionalmente un gran trozo de carbón de piedra, que después de volar 100 metros desde lo alto, con una mala suerte increíble, dio de lleno en la cabeza de este pobre carretero, destrozándosela y matándolo en el acto, el fragmento de combustible sólido, era tan pesado que incluso rompió las tablas de la carreta. Los bueyes, inmutables siguieron camino abajo y después de un buen rato llegaron al patio de la casa, se detuvieron y se produjo un largo silencio, como de adentro de la casa vieron que había llegado la carreta, esperaron que él se bajara y entrara, pero nada de eso pasó, entonces uno de los hijos fue a encontrar a su papá y se enfrentó con el macabro espectáculo de su padre fallecido. 

Aquí la mala suerte hizo una jugada maestra, un minuto antes, un minuto después, unos metros antes, unos metros después, unos tragos menos habrían hecho la diferencia entre la vida o la muerte de este campesino, que del sueño pasó a la eternidad. Por otro lado, este crimen, si lo llamamos así, fue totalmente involuntario, ya que al fogonero que se le cayó o lanzó este pesado trozo, nunca tuvo ni la más remota intención de quitarle la vida a alguien ni tampoco supo que lo hizo. Los familiares de la víctima reclamaron a ferrocarriles, pero jamás se pudo aclarar nada, dado que ese día pasaron muchos trenes y no hubo manera de saber de cuál de ellos saltó el pesado carbón. 
Cuando la esposa del campesino se despidió de él por la mañana, no imaginó jamás que era la última vez que lo hacía, él partió como lo había hecho mil veces, pero esta vez, la suerte no lo acompañó en su regreso a casa.

FIN





El Suertudo

El puente ferroviario del Malleco, ha sido escenario de múltiples acontecimientos de todo tipo, tales como: suicidios, atropellos, escaladas de las pilastras, saltos en benji, aviones que han pasado volando por entre las pilastras, un jinete que lo cruzó galopando a caballo, etc., pero lo que voy a narrar en estas páginas ahora, es único e insólito.

En una oportunidad el dueño de una pequeña parcela, ubicada bastante lejos al otro lado del puente, específicamente en la zona de Chihuaihue, viajó caminando hasta Collipulli, para efectuar un importante trámite en la Notaría, este demoró bastante y le tocó almorzar en un restaurante, ya que se desocupó como a las 1 de la tarde, a la salida de la oficina notarial, se encontró con un compadre muy querido y como estada contento con el resultado obtenido, lo invitó a un rico almuerzo muy bien regado, después de múltiples brindis y concluido el ágape, salieron del comedor como a las 4 de la tarde, se despidió de su compadre y decidió emprender el regreso a su predio, antes que se le hiciera demasiado tarde. 

Pasó por un negocio del barrio y compró algunas cosas que le habían encargado y también unos embelecos para sus hijos menores y un perfume para su esposa. Una vez concluidas estas compras caminó apresuradamente hasta la salida del pueblo, ahí en un pequeño chinchel, a la pasada, se tomó el andavete, enseguida se dirigió a la línea ferroviaria y por ahí arribó a la entrada del viaducto, al llegar a la garita, saludó afectuosamente al guardapuente, con el cual ya se conocían desde hacía muchos años, conversaron sobre la sequía que afectaba a la zona, los bajos precios de los animales y algunas cosas más, posteriormente se despidieron de mano e inició el paso por el puente, entre paréntesis, como se dice coloquialmente, el hombrón estaba medio guaripoliao (es decir con algunos grados etílicos de más en el cuerpo). 

Este campesino como la mayoría de sus iguales, llevaba puesto en la cabeza un gran sombrero de huaso de ala ancha, bastante carreteado por lo demás, con el cual se protegía del sol y de las lluvias, había avanzado como 40 metros puente adentro, cuando una ráfaga de viento helado le sacó el sombrero de la testa y llevándolo hacia afuera del puente, quedando enredado el fiador o barbuquejo (tira con que se amarra y que pasa bajo el mentón) en la baranda del viaducto, con el apuro por recuperarlo, sacó el cuerpo por entremedio de la baranda metálica e, ignorando el peligro, trató infructuosamente de recuperarlo. Al parecer fue mucha la estirada del cuerpo afuera del puente, perdió el equilibrio y sin poder sujetarse, cayó al vacío. 

Pero esta vez el viaducto, no cobró una nueva víctima, aquí funcionó lo que se conoce en jerga popular como “la suerte de los curados”, puesto que después de volar puente abajo unos 35 metros, cayó de espalda sobre una mancha de zarzamoras muy espesa y antigua, que amortiguó en gran parte el golpe, por supuesto que se hizo algunos cortes, machucones, rasguños y también se clavó un montón de espinas por todas partes, pero nada que se pudiera considerar severo. 

El guardapuente que lo vio cuando se mando abajo, junto con otras personas que habían llegado en ese momento, bajaron lo más rápido que pudieron por el risco y se dirigieron al lugar donde lo vieron aterrizar, pensando que lo iban a encontrar muerto, tuvieron que abrirse paso por el espeso zarzal lleno de espinas para tratar de rescatar al caído, cuál no sería su sorpresa cuando lo encontraron vivo, entre todos lo levantaron y con mucho cuidado lo llevaron al hospital que está muy cerca, ahí lo revisó el médico de turno, que solo encontró heridas menores, esa noche por precaución lo dejaron hospitalizado y al día siguiente lo dieron de alta.

A la mañana del otro día, una vez que abandonó el nosocomio, con el sustito que se había pegado el día anterior se fue a su casa, bajando por la cuesta y cruzando por el pequeño puente carretero y durante muchos años siguió esa segura ruta, ya que tenía muy claro que esa historia no se cuenta dos veces, incluso se cuidaba mucho con el trago, de tal manera que cuando en algunas oportunidades muy especiales cruzaba por el puente ferroviario, lo hacía prácticamente sanigüeno, pero como era roto aniñao, que no cambiaba sus costumbres de la noche a la mañana, llevaba siempre en su morral un par de botellas de vino, una de las cuales se la mandaba al seco una vez que estaba al otro lado del puente, de esta manera según él, le sacaba la lengua a la muerte.

FIN




Frutillar, diciembre de 2016

jueves, 5 de enero de 2017

Para Oscar (escrito poco después de su fallecimiento)

Estas líneas están dedicadas a mi gran amigo Oscar, que recientemente partió a la eternidad a sus setenta y ocho años de edad. Con el compartí innumerables, recordadas y memorables expediciones, viajes, tertulias, aniversarios, fiestas, vivencias, estudios, y mil cosas que fueron cimentando en el tiempo nuestra gran amistad.

No me referiré para nada a su vida personal como padre de familia, funcionario de ferrocarriles, futbolista o dirigente político, solo hablaré de él como amigo entrañable y querido, con el cual jamás tuve un si o un no, para graficar esta hermosa amistad voy a señalar que cuando egresé de VI de Humanidades y quise rendir el Bachillerato en enero de 1957, mi viejo estaba sin pega y no tenía un peso, recurrí a mi amigo Oscar, que recién había comenzado a trabajar en los Ferrocarriles del Estado, le expliqué mi situación, metió la mano al bolsillo y sacó un billete de diez mil pesos, que era lo que necesitaba, me lo pasó y  me dijo: Amigo Armando me lo devuelves si puedes.

Me acuerdo con nostalgia, esa gran gira de estudios que hicimos a la ciudad de Valdivia, a finales del año 1950, cuando estábamos terminando de cursar el sexto de Preparatorias en la Escuela de Hombres Nº 1 de Collipulli, este hermoso viaje se hizo en tren y como encargado de este numeroso curso, fue nuestro querido profesor Don Teobaldo Morales Pacheco. En esa aventurera gira se consolidó mi amistad con quien sería uno de mis mejores amigos de toda la vida, Oscar Sergio Carrasco Seguel, por esos tiempos yo tenía 12 años y el 13, éramos niños aún, en esa semana que duró nuestra estadía en la ciudad de los ríos, vimos cosas que nos abrieron el mundo y que solo las habíamos oído nombrar, recorrimos fábricas de calzado y de cerveza, visitamos lugares históricos, fuimos a los Altos Hornos de Corral, contemplamos maravillados los restos de fuertes y ciudadelas, que durante la colonización española defendían la ciudad de piratas y bucaneros, este hermoso pueblo sureño estaba lleno de casas de madera muy bonitas, que posteriormente el terremoto de 1960 borró del mapa sin misericordia.

En esos memorables recorridos, construimos nuestra gran amistad que se extendería por todo el resto de la vida. 

Cierto compadre, que ese viaje en tren anotando en una hoja de cuaderno el nombre de los pueblos que no conocíamos, mirando embelesados lugares donde nunca antes habíamos estado, cruzando puentes por grandes ríos y siempre mirando ese verde interminable del sur, fue algo que agrandó nuestro mundo del saber y también nuestra amistad.

Me acuerdo compadre que cuando éramos niños, íbamos a cazar jilgueritos al monte de las diucas, no era mucho lo que cazábamos con las hondas de elástico, pero terminábamos tan contentos como si hubiéramos ido a cazar fieras al África. La vejez se veía muy lejana, ni siquiera hablábamos de ella, era como si fuéramos a ser niños para siempre, como si los días de juego y entretenimientos fueran a ser eternos, que inocentes éramos, ¿no compadre?

Pero de todas maneras nuestros tiempos fueron un verdadero paraíso, sin manchas dolorosas, las guerras y las desgracias les tocaban a otras regiones del planeta, verdaderamente fueron etapas increíblemente hermosas y seguras, ahora que ha pasado el tiempo las valoro en su justa dimensión.

Cuántas veces en nuestra infancia, adolescencia, juventud y de adulto salí con usted compadre de pesca, cacería, excursiones, aventuras de todo tipo en las zonas aledañas a Collipulli, fueron muchas, no me acuerdo cuántas.

Cierto compadre Oscar que lo pasamos muy bien, que fueron días maravillosos de nuestras vidas.

Cuando salía el sol por la mañana, ya nuestros pies habían devorado muchos kilómetros, en los viajes que hacíamos a Santa Elena, El Toronjil, Huelehueico o mil partes o lugares a los cuales nos gustaba ir.

Cierto compadre que nunca nos cansábamos, que siempre nos reíamos y que todo era alegría y buena onda. Cuando llegábamos a los espacios a los cuales nos dirigíamos y nos acomodábamos para iniciar nuestras hermosas jornadas de pesca o de caza, hechábamos la talla, hablando de la cantidad de especímenes que pescaríamos o cazaríamos, siempre por supuesto con el tejo pasado.

Cierto compadre que era un  mundo maravilloso.

A veces nos acompañaba un montón de perros, entre ellos: la Diana, el Uco, el Huáscar, y tantos más, que perseguían sin tregua a conejos, liebres y cuando bicho encontraran y salieran pataleando o aleteando.

Cierto compadre que cuando se producía esa ladrería frenética de los canes, nosotros con un palo en la mano corríamos como locos para ver que agarrábamos, eran instantes indescriptibles.

Esos viajes en el tren de pasajeros que pasaba a las ocho de la mañana por Collipulli, con rumbo al norte, donde en el último carro subíamos hasta quince perros, para llegar hasta la próxima estación de Lolenco. Era una aventura arriesgada que nos hacía fluir la adrenalina y cuando apresuradamente nos bajábamos del tren, perseguidos muy de cerca por los inspectores, entre ellos uno que apodaban “El Pollo”, quien nos increpaba con una florida y selecta sarta de insultos y garabatos, parecíamos verdaderos corredores olímpicos. 

Cierto querido amigo que cuando de un salto nos tirábamos abajo en Lolenco seguidos por la quiltrería, nos sentíamos como héroes, riéndonos de nuestros perseguidores, era la juventud que nos animaba y que corría a raudales por nuestras venas. 

Muchas veces recorrimos los cerros de Chihuaihue que están frente a Collipulli, usted, el Meluga (Luis Alberto Carrasco Seguel), su hermano menor que también es un gran amigo y yo. Ustedes dos se turnaban para disparar con la vieja escopeta de cargar de dos cañones y yo le hacía empeño con la tralca de mi viejo con unos poquitos tiros, la mayoría de las veces, vestíamos ropajes y zapatos muy desguañangados, que se estaban despidiendo del servicio activo y para matar el hambre llevábamos unos pocos panes, a veces con mantequilla, como siempre esto se nos hacía poco lo complementábamos con frutas silvestres y también con el paso por quintas abandonadas que encontrábamos a la pasada. 

El mundo era nuestro, mirábamos Collipulli desde lo alto, algo cazábamos pero siempre estábamos contentos y alegres, volvíamos por las tardes cruzando el viejo puente ferroviario sobre el río Malleco, para llegar cansados a nuestra casas, con una liebre o algunos pájaros en el morral.

Cuando teníamos más de veinte años y yo compré esa cacharra marca Opel del cincuenta y siete, metíamos más de diez perros en la parte trasera, para ir a cazar conejos a Curaco, el Meluga con un palo se encargaba de mantener a raya a los furiosos canes, para que no se agarraran a mordiscos.

Cierto compadre que lo pasábamos requetebién a pesar de que la cacharra estuviera hedionda a la transpiración de la perrería.

También cuando tuve un furgón Citroën de dieciocho HP, iba con usted compadre y con el Meluga de pesca al fundo El Salto, que estaba ubicado a orillas del río Malleco, distante de Collipulli hacia la cordillera unos veinte kilómetros, dejábamos la cacharra en el alto y bajábamos por esa larga cuesta, a pie, hablando de mil cosas, tomando agua en las vertientes, comiendo maqui a la pasada y cuando llegábamos al rio nos poníamos nuestras viejas pilchas de pescadores y empezábamos a lanzar con carnadas como pancoras, langostas o lombrices.

Me acuerdo compadre, cuando usted y la comadre Pety (Petronila Venegas Gonzalez), para honrar y sellar nuestra amistad, me escogieron como padrino de su hijo primogénito, el Arturo, acto que cumplí con mucha alegría y humildad junto con la Nenita (Elena Venegas González) como madrina, me acuerdo que el bautizado se las lloró todas, al parecer no le gustó para nada el agua bendita que generosamente le derramó el curita. 

Cierto compadre que el condumio fue de primera y que la fiesta nos alegró los corazones a todos y esa amistad que se amarró en la vieja iglesia de Collipulli, nunca más se desató.

Cierto compadre, que en el momento que metíamos nuestros pies al agua para iniciar la jornada de pesca, era un instante que no tenía precio.

Cuantas veces hicimos esos largos viajes a Huelehueico, llegábamos en el tren de las ocho a Lolenco, salíamos de la estación a paso redoblado, escalábamos esos escarpados cerros que recién se estaban plantando de pinos, llegábamos a lo alto y mirábamos esos inmensos espacios llenos de árboles, esteros y chorrillos y en la distancia como un espejo, reflejando la luz del sol, se divisaba la gran laguna, descendíamos casi trotando, al llegar a la orilla sacábamos nuestros tarros de pesca, encarnábamos los anzuelos con lombrices y los calábamos. Enseguida nos sentábamos en la orilla sobre trozos de cuarzo o maderas petrificadas y nos servíamos lo que lleváramos de roquín.

Cierto compadre que no habían días mas hermosos que esos, sobre todo cuando se escuchaban nuestras exclamaciones de alegría al sacar los primeros pejerreyes.

¡Que días aquellos compadre Oscar!

Me acuerdo en una oportunidad en que fuimos a cazar a Huapitrio, viajamos en mi motocicleta marca Zundapp, no se como pero, encaramados arriba de ella íbamos tres más un perro, usted compadre, el Meluga y yo, nos fuimos por la Panamericana hacia el Norte, al llegar al alto del Mininco nos desviamos a la derecha y tomamos el camino a Huapitrio, desafortunadamente, en esa oportunidad le habían pasado la máquina niveladora y el ripio estaba todo suelto, situación mortal para las motocicletas, yo iba conduciendo con mucho cuidado para no caernos, habíamos avanzado como tres kilómetros cuando nos encontramos con una pareja de campesinos que iba caminando a pie por la orilla del camino, el hombre como gracia, se agachó y recogió una piedra e hizo un gesto como para tirármela, yo al hacer un movimiento para esquivar la amenaza, perdí el equilibrio y los tres mas el perro fuimos a parar al duro suelo, el Meluga de inmediato se paró y encaró al tipo, le pegó un par de puñetazos y este salió arrancando. La mujer siguió caminando como si nada.

Nos paramos, la moto se peló un poco y se le dobló la “pata de partida”, demoramos como media hora en repararla, cuando quisimos partir el perro no estaba por ningún lado, nos desgañitamos llamándolo hasta que apareció.

Nos encaramamos de nuevo en la motocicleta y seguimos hacia el lugar de caza, pasamos por segunda vez por el lado de la pareja de caminantes, el Meluga le gritó ¡por que no tirái una piedra ahora…..! El hombre avergonzado no levantó la cabeza.

Cierto compadre que a pesar del porrazo y los machucones, nos fue bastante bien en la cacería, nos reímos mucho después y nos acordábamos como el Meluga de un salto estuvo al lado del chistoso y le aforró un buen par de mangazos, que lo hicieron salir apretando chaqueta.

¡Que tiempos aquellos querido amigo Oscar!

Compadre, me acuerdo cuando la pesca terminaba por la tarde en El Codo, subíamos por el predio de los Franciscanos y pasábamos a recoger tomates de las huertas abandonadas, cuando llegábamos a su casa, al lado de la estación de ferrocarriles, el Meluga agarraba un lavatorio, picaba tomates hasta llenarlo, los aliñaba con un poco de sal y con las tortillas hechas por su madre doña Carmen, nos zampábamos el lavatorio entero.

¡Que hermosa época compadre!.

Han pasado los años que parecía que nunca iban a pasar, pero pasaron, envejecimos, los achaques y las idas a la botica se volvieron cotidianos, los viajes a los ríos, a la zarza de la feria, a los yaquis de Santa Elena; se acabaron, solo en nuestras mentes quedó para siempre ese pasado, archivado y recordado con alegría.

Hace poco, a comienzos de este año 2015, cuando  lo fui a visitar a su casa, usted se sentó en el living, con una frazada sobre las piernas, su salud no estaba buena, conversamos de muchas cosas, como siempre lo hacíamos antes, nunca pensé que esa sería la última vez que lo vería con vida, cuanto lo lamento querido amigo Oscar.

Compadre a usted le tocó partir primero, seguramente allá arriba se encontró con Don Goyo y Doña Carmen, su hermanita Amanda y su hermano el Lolo y a lo mejor en esa gran mesa también se topó con su tío Chano Monteiro y mi papá, quienes seguramente le tenían reservada una silla para hablar de la pesca, la caza y la familia, yo seguramente compadre me encontraré algún día con usted, no se cuando será, el único que lo sabe pero no lo va a decir, es el que está sentado a la cabecera de esa gran mesa.