jueves, 5 de enero de 2017

Para Oscar (escrito poco después de su fallecimiento)

Estas líneas están dedicadas a mi gran amigo Oscar, que recientemente partió a la eternidad a sus setenta y ocho años de edad. Con el compartí innumerables, recordadas y memorables expediciones, viajes, tertulias, aniversarios, fiestas, vivencias, estudios, y mil cosas que fueron cimentando en el tiempo nuestra gran amistad.

No me referiré para nada a su vida personal como padre de familia, funcionario de ferrocarriles, futbolista o dirigente político, solo hablaré de él como amigo entrañable y querido, con el cual jamás tuve un si o un no, para graficar esta hermosa amistad voy a señalar que cuando egresé de VI de Humanidades y quise rendir el Bachillerato en enero de 1957, mi viejo estaba sin pega y no tenía un peso, recurrí a mi amigo Oscar, que recién había comenzado a trabajar en los Ferrocarriles del Estado, le expliqué mi situación, metió la mano al bolsillo y sacó un billete de diez mil pesos, que era lo que necesitaba, me lo pasó y  me dijo: Amigo Armando me lo devuelves si puedes.

Me acuerdo con nostalgia, esa gran gira de estudios que hicimos a la ciudad de Valdivia, a finales del año 1950, cuando estábamos terminando de cursar el sexto de Preparatorias en la Escuela de Hombres Nº 1 de Collipulli, este hermoso viaje se hizo en tren y como encargado de este numeroso curso, fue nuestro querido profesor Don Teobaldo Morales Pacheco. En esa aventurera gira se consolidó mi amistad con quien sería uno de mis mejores amigos de toda la vida, Oscar Sergio Carrasco Seguel, por esos tiempos yo tenía 12 años y el 13, éramos niños aún, en esa semana que duró nuestra estadía en la ciudad de los ríos, vimos cosas que nos abrieron el mundo y que solo las habíamos oído nombrar, recorrimos fábricas de calzado y de cerveza, visitamos lugares históricos, fuimos a los Altos Hornos de Corral, contemplamos maravillados los restos de fuertes y ciudadelas, que durante la colonización española defendían la ciudad de piratas y bucaneros, este hermoso pueblo sureño estaba lleno de casas de madera muy bonitas, que posteriormente el terremoto de 1960 borró del mapa sin misericordia.

En esos memorables recorridos, construimos nuestra gran amistad que se extendería por todo el resto de la vida. 

Cierto compadre, que ese viaje en tren anotando en una hoja de cuaderno el nombre de los pueblos que no conocíamos, mirando embelesados lugares donde nunca antes habíamos estado, cruzando puentes por grandes ríos y siempre mirando ese verde interminable del sur, fue algo que agrandó nuestro mundo del saber y también nuestra amistad.

Me acuerdo compadre que cuando éramos niños, íbamos a cazar jilgueritos al monte de las diucas, no era mucho lo que cazábamos con las hondas de elástico, pero terminábamos tan contentos como si hubiéramos ido a cazar fieras al África. La vejez se veía muy lejana, ni siquiera hablábamos de ella, era como si fuéramos a ser niños para siempre, como si los días de juego y entretenimientos fueran a ser eternos, que inocentes éramos, ¿no compadre?

Pero de todas maneras nuestros tiempos fueron un verdadero paraíso, sin manchas dolorosas, las guerras y las desgracias les tocaban a otras regiones del planeta, verdaderamente fueron etapas increíblemente hermosas y seguras, ahora que ha pasado el tiempo las valoro en su justa dimensión.

Cuántas veces en nuestra infancia, adolescencia, juventud y de adulto salí con usted compadre de pesca, cacería, excursiones, aventuras de todo tipo en las zonas aledañas a Collipulli, fueron muchas, no me acuerdo cuántas.

Cierto compadre Oscar que lo pasamos muy bien, que fueron días maravillosos de nuestras vidas.

Cuando salía el sol por la mañana, ya nuestros pies habían devorado muchos kilómetros, en los viajes que hacíamos a Santa Elena, El Toronjil, Huelehueico o mil partes o lugares a los cuales nos gustaba ir.

Cierto compadre que nunca nos cansábamos, que siempre nos reíamos y que todo era alegría y buena onda. Cuando llegábamos a los espacios a los cuales nos dirigíamos y nos acomodábamos para iniciar nuestras hermosas jornadas de pesca o de caza, hechábamos la talla, hablando de la cantidad de especímenes que pescaríamos o cazaríamos, siempre por supuesto con el tejo pasado.

Cierto compadre que era un  mundo maravilloso.

A veces nos acompañaba un montón de perros, entre ellos: la Diana, el Uco, el Huáscar, y tantos más, que perseguían sin tregua a conejos, liebres y cuando bicho encontraran y salieran pataleando o aleteando.

Cierto compadre que cuando se producía esa ladrería frenética de los canes, nosotros con un palo en la mano corríamos como locos para ver que agarrábamos, eran instantes indescriptibles.

Esos viajes en el tren de pasajeros que pasaba a las ocho de la mañana por Collipulli, con rumbo al norte, donde en el último carro subíamos hasta quince perros, para llegar hasta la próxima estación de Lolenco. Era una aventura arriesgada que nos hacía fluir la adrenalina y cuando apresuradamente nos bajábamos del tren, perseguidos muy de cerca por los inspectores, entre ellos uno que apodaban “El Pollo”, quien nos increpaba con una florida y selecta sarta de insultos y garabatos, parecíamos verdaderos corredores olímpicos. 

Cierto querido amigo que cuando de un salto nos tirábamos abajo en Lolenco seguidos por la quiltrería, nos sentíamos como héroes, riéndonos de nuestros perseguidores, era la juventud que nos animaba y que corría a raudales por nuestras venas. 

Muchas veces recorrimos los cerros de Chihuaihue que están frente a Collipulli, usted, el Meluga (Luis Alberto Carrasco Seguel), su hermano menor que también es un gran amigo y yo. Ustedes dos se turnaban para disparar con la vieja escopeta de cargar de dos cañones y yo le hacía empeño con la tralca de mi viejo con unos poquitos tiros, la mayoría de las veces, vestíamos ropajes y zapatos muy desguañangados, que se estaban despidiendo del servicio activo y para matar el hambre llevábamos unos pocos panes, a veces con mantequilla, como siempre esto se nos hacía poco lo complementábamos con frutas silvestres y también con el paso por quintas abandonadas que encontrábamos a la pasada. 

El mundo era nuestro, mirábamos Collipulli desde lo alto, algo cazábamos pero siempre estábamos contentos y alegres, volvíamos por las tardes cruzando el viejo puente ferroviario sobre el río Malleco, para llegar cansados a nuestra casas, con una liebre o algunos pájaros en el morral.

Cuando teníamos más de veinte años y yo compré esa cacharra marca Opel del cincuenta y siete, metíamos más de diez perros en la parte trasera, para ir a cazar conejos a Curaco, el Meluga con un palo se encargaba de mantener a raya a los furiosos canes, para que no se agarraran a mordiscos.

Cierto compadre que lo pasábamos requetebién a pesar de que la cacharra estuviera hedionda a la transpiración de la perrería.

También cuando tuve un furgón Citroën de dieciocho HP, iba con usted compadre y con el Meluga de pesca al fundo El Salto, que estaba ubicado a orillas del río Malleco, distante de Collipulli hacia la cordillera unos veinte kilómetros, dejábamos la cacharra en el alto y bajábamos por esa larga cuesta, a pie, hablando de mil cosas, tomando agua en las vertientes, comiendo maqui a la pasada y cuando llegábamos al rio nos poníamos nuestras viejas pilchas de pescadores y empezábamos a lanzar con carnadas como pancoras, langostas o lombrices.

Me acuerdo compadre, cuando usted y la comadre Pety (Petronila Venegas Gonzalez), para honrar y sellar nuestra amistad, me escogieron como padrino de su hijo primogénito, el Arturo, acto que cumplí con mucha alegría y humildad junto con la Nenita (Elena Venegas González) como madrina, me acuerdo que el bautizado se las lloró todas, al parecer no le gustó para nada el agua bendita que generosamente le derramó el curita. 

Cierto compadre que el condumio fue de primera y que la fiesta nos alegró los corazones a todos y esa amistad que se amarró en la vieja iglesia de Collipulli, nunca más se desató.

Cierto compadre, que en el momento que metíamos nuestros pies al agua para iniciar la jornada de pesca, era un instante que no tenía precio.

Cuantas veces hicimos esos largos viajes a Huelehueico, llegábamos en el tren de las ocho a Lolenco, salíamos de la estación a paso redoblado, escalábamos esos escarpados cerros que recién se estaban plantando de pinos, llegábamos a lo alto y mirábamos esos inmensos espacios llenos de árboles, esteros y chorrillos y en la distancia como un espejo, reflejando la luz del sol, se divisaba la gran laguna, descendíamos casi trotando, al llegar a la orilla sacábamos nuestros tarros de pesca, encarnábamos los anzuelos con lombrices y los calábamos. Enseguida nos sentábamos en la orilla sobre trozos de cuarzo o maderas petrificadas y nos servíamos lo que lleváramos de roquín.

Cierto compadre que no habían días mas hermosos que esos, sobre todo cuando se escuchaban nuestras exclamaciones de alegría al sacar los primeros pejerreyes.

¡Que días aquellos compadre Oscar!

Me acuerdo en una oportunidad en que fuimos a cazar a Huapitrio, viajamos en mi motocicleta marca Zundapp, no se como pero, encaramados arriba de ella íbamos tres más un perro, usted compadre, el Meluga y yo, nos fuimos por la Panamericana hacia el Norte, al llegar al alto del Mininco nos desviamos a la derecha y tomamos el camino a Huapitrio, desafortunadamente, en esa oportunidad le habían pasado la máquina niveladora y el ripio estaba todo suelto, situación mortal para las motocicletas, yo iba conduciendo con mucho cuidado para no caernos, habíamos avanzado como tres kilómetros cuando nos encontramos con una pareja de campesinos que iba caminando a pie por la orilla del camino, el hombre como gracia, se agachó y recogió una piedra e hizo un gesto como para tirármela, yo al hacer un movimiento para esquivar la amenaza, perdí el equilibrio y los tres mas el perro fuimos a parar al duro suelo, el Meluga de inmediato se paró y encaró al tipo, le pegó un par de puñetazos y este salió arrancando. La mujer siguió caminando como si nada.

Nos paramos, la moto se peló un poco y se le dobló la “pata de partida”, demoramos como media hora en repararla, cuando quisimos partir el perro no estaba por ningún lado, nos desgañitamos llamándolo hasta que apareció.

Nos encaramamos de nuevo en la motocicleta y seguimos hacia el lugar de caza, pasamos por segunda vez por el lado de la pareja de caminantes, el Meluga le gritó ¡por que no tirái una piedra ahora…..! El hombre avergonzado no levantó la cabeza.

Cierto compadre que a pesar del porrazo y los machucones, nos fue bastante bien en la cacería, nos reímos mucho después y nos acordábamos como el Meluga de un salto estuvo al lado del chistoso y le aforró un buen par de mangazos, que lo hicieron salir apretando chaqueta.

¡Que tiempos aquellos querido amigo Oscar!

Compadre, me acuerdo cuando la pesca terminaba por la tarde en El Codo, subíamos por el predio de los Franciscanos y pasábamos a recoger tomates de las huertas abandonadas, cuando llegábamos a su casa, al lado de la estación de ferrocarriles, el Meluga agarraba un lavatorio, picaba tomates hasta llenarlo, los aliñaba con un poco de sal y con las tortillas hechas por su madre doña Carmen, nos zampábamos el lavatorio entero.

¡Que hermosa época compadre!.

Han pasado los años que parecía que nunca iban a pasar, pero pasaron, envejecimos, los achaques y las idas a la botica se volvieron cotidianos, los viajes a los ríos, a la zarza de la feria, a los yaquis de Santa Elena; se acabaron, solo en nuestras mentes quedó para siempre ese pasado, archivado y recordado con alegría.

Hace poco, a comienzos de este año 2015, cuando  lo fui a visitar a su casa, usted se sentó en el living, con una frazada sobre las piernas, su salud no estaba buena, conversamos de muchas cosas, como siempre lo hacíamos antes, nunca pensé que esa sería la última vez que lo vería con vida, cuanto lo lamento querido amigo Oscar.

Compadre a usted le tocó partir primero, seguramente allá arriba se encontró con Don Goyo y Doña Carmen, su hermanita Amanda y su hermano el Lolo y a lo mejor en esa gran mesa también se topó con su tío Chano Monteiro y mi papá, quienes seguramente le tenían reservada una silla para hablar de la pesca, la caza y la familia, yo seguramente compadre me encontraré algún día con usted, no se cuando será, el único que lo sabe pero no lo va a decir, es el que está sentado a la cabecera de esa gran mesa.

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