martes, 17 de enero de 2017

El Pont

El Pont (4 historias)

Aclaración: El título de lo que hoy escribo, les parecerá raro, pues está compuesto de una palabra castellana y otra francesa, esto se debe a que el Viaducto Ferroviario del Malleco, fue fundido y confeccionado en las acerías francesas de Creuzot y, una vez terminado, se trasladó en barcos hasta Chile vía Estrecho de Magallanes, para finalmente desembarcar en el puerto de Talcahuano y posteriormente ser trasladado hasta Collipulli en ferrocarril, donde, con el sudor de los aguerridos rotos chilenos, fue instalado definitivamente sobre la profunda garganta del río Malleco, por esta razón el título es un homenaje tanto a mi país  como a Francia.

Por ningún motivo, podría dejar de mencionar en esta oportunidad, a un iluminado de la historia y a la vez gran visionario, me refiero al insigne Presidente de La República y mártir de la Patria, Don. José Manuel Balmaceda Fernández, quien siendo Ministro del Interior del Pdte. Sr. Domingo Santa María González, apoyó decididamente la construcción de este viaducto, y al mismo tiempo le tocó en suerte inaugurarlo el 26 de octubre de 1890, cuando él ya estaba a cargo de la primera magistratura de la Nación. 

Quiero recordar también en esta oportunidad, al ingeniero civil don Adonis Subiabre Toro, hijo de mi recordado colega bancario Sr. Adonis Subiabre Risso, quien como experto en la construcción de variadas obras de todo tipo, se preparó concienzudamente y escribió un hermoso y muy documentado libro sobre la construcción de esta maravilla de la ingeniería, denominado Viaducto del Malleco, que después de más de 125 años de uso ininterrumpido, sigue en pie sirviendo al país. 

Por último, quiero agregar, que el año 1958 se raspó la pintura antigua y se le aplicó una nueva de siete capas (posteriormente se han realizado otras refacciones), dos de azarcón anticorrosiva y cinco de la clásica pintura color plomo para metales, en esa oportunidad, junto con varios Collipullanos más, participábamos en estas peligrosas labores colgados de andamios sobre el abismo, recibiendo los vientos y los calores sin nada que los detuviera. En esa oportunidad yo, que contaba a la sazón con 20 años de edad, pude observar con que meticulosidad fueron hechas todas las partes de ese puente a finales del siglo XIX, por eso todos quienes laboramos en esas arriesgadas funciones, sabemos que este viaducto es una obra sin par.

Frutillar, 26 de diciembre de 2016






La Peña

Como lo dice el título de esta historia, se trata de un peñasco muy grande, icónico diría yo, que está ubicado a unos 50 metros río abajo de la pilastra mayor del puente ferroviario del Malleco a orillas del río del mismo nombre y cuya altura sobre el nivel de las aguas alcanzaba unos 5 metros, no tenía playa ni orilla, por lo que las personas que se iban a bañar ahí, debían lanzarse desde su cima hasta las aguas que tenían una profundidad promedio de unos 6 metros (los movimientos de tierra efectuados hace unos 40 años para represar el Malleco -proyecto que finalmente no se llevó a efecto- taparon el lugar con tierra y escombros).

Los que íbamos allí debíamos tener una vasta experiencia en natación, por lo que siempre arriba de esa gran peña estaban los nadadores más avezados y conocedores del río Generalmente el más antiguo o de mayor edad daba instrucciones y todos las obedecíamos, esto porque siempre había un peligro latente en ese hermoso lugar ¿Cuál era?, a continuación lo explico: Cuando los trenes, cuyo combustible en esos tiempos era el carbón de piedra, cruzaban el viaducto; a veces como diversión, broma, o solo para verlos volar hacia el abismo de más de 100 metros de profundidad, no faltaban los fogoneros y maquinistas que lanzaban los trozos de carbón más grandes que encontraban, los cuales llegaban a pesar varios kilos. Debido a esto, cuando los trenes empezaban a entrar al puente, todos los que estábamos en la peña mirábamos preocupados hacia lo alto, la mayoría de las veces no pasaba nada, pero en ocasiones arrojaban carbones. Entonces el que hacía de jefe en ese avezado grupo de nadadores, gritaba a todo pulmón ¡¡Carbones!!
Inmediatamente, todos en masa nos lanzábamos en piqueros al agua, sumergiéndonos lo más que podíamos, aguantábamos la respiración y cuando emergíamos, los carbones ya habían tocado tierra, incluso algunos habían caído sobre la base de piedra, donde momentos antes estábamos recostados tomando el sol.

Una soleada tarde de verano en que nos estábamos bañando (los que íbamos a ese lugar nos conocíamos de años), llegó un chico nuevo que recién se había venido a vivir al pueblo, era hijo de un empleado público importante, nosotros lo habíamos visto en la escuela pero nunca en el río. Saludó al boleo, se sacó la ropa y quedó en traje de baño, observó en forma displicente al abigarrado lote de bañistas que estábamos allí, como diciendo "aquí vengo yo", nosotros lo miramos sorprendidos, pensando que hace este cachetón patudo aquí, si apenas sabe nadar a lo perro. 

Con gran desparpajo, se paró al borde de la peña, tomó impulso y se lanzó al raudal (pozón), todos quedamos expectantes, se sumergió profundamente y, como era esperable en un nadador poco experto, con dificultad salió a la superficie sacó la cabeza fuera del agua y levantando una mano gritó, ¡Uno, uno, por favor sáquenme yo le pago!, todos nos paramos preocupados y nos dispusimos a ir a rescatarlo, pero el que hacía de jefe del grupo, dijo: ¡Paren cabros, déjenmelo a mí!, después de esta pedida de auxilio, el novato de nuevo se fue a fondo, salió pataleando por segunda vez, gritando más desesperadamente, ¡Uno, uno, por favor yo le pago!, nadie se movió, volvió a hundirse el nadador de marras y por tercera vez, desesperado y con varios tragos de agua en el cuerpo, volvió a gritar casi llorando, ¡Uno , uno por favor yo le pago!, ahí el que hacía de jefe del grupo de nadadores, se lanzó al raudal, lo sacó y lo llevó al borde de la peña, entre todos lo subimos arriba de la roca y el que lo rescató lo increpó duramente diciéndole: 

¡Vístete y te mandas a cambiar!, ¡no vengas nunca más hasta que sepas nadar bien, ¡cualquiera de los que están aquí, por salvarte pudo ahogarse!

El muchacho cabizbajo y avergonzado se fué y nunca más volvió a ir a ese lugar.


FIN




Por amor

Una helada mañana de invierno de la década del 40, llegó piteando desde el norte hasta la ciudad de Collipulli, como siempre con un poco de atraso, el tren de once, llamado así porque esa era la hora aproximada en la que este convoy de pasajeros, hacia su entrada al andén de la estación, se detuvo y varias personas se bajaron cargando diversos tipos de bultos o maletas, una de ellas, una hermosa dama joven y atractiva, solo traía como equipaje su cartera de mano y en su rostro mostraba a las claras, que también cargaba una gran pena.

Según se supo después, ella abordó el tren de pasajeros muy temprano, en el puerto de Talcahuano y durante el largo viaje hacia el sur, orillando en gran parte el río BíoBio, suponemos que le dio mil vueltas a lo que estaba determinada llevar a cabo, pues solo tenía una idea fija y al parecer no se acordó para nada de sus padres, hermanos o parientes. A veces estas situaciones críticas del alma, llevan a las personas hasta límites que son incomprensibles. Cuando llegó a la estación de su destino final, se bajó en forma rápida e inmediatamente comenzó a caminar por la orilla de la línea ferroviaria, en dirección al sur.

Varias personas la vieron pasar por el lado de sus casas, que estaban a la vera de la línea del ferrocarril y en las cuales vivía el personal que laboraba en él, incluso algunos la saludaron como se estila en el sur. En su apurado caminar pasó por debajo del puente de cemento que conecta el camino que va de Collipulli a Angol, un poco más allá se encontró con el traqueteo del Donkey (máquina a vapor que trabajaba todo el día manteniendo la presión del agua, para llenar los sedientos estanques de las locomotoras a vapor), enseguida comenzó a enfrentar una larga curva y pasó por el frente de las grandes bodegas de la “Compañía Molinera El Globo”, donde también algunos obreros la vieron en su agitado caminar, luego tuvo a la vista la entrada al imponente Viaducto Ferroviario del Malleco. 

En la garita que está al comienzo, el guardapuente la saludó y le preguntó a donde se dirigía, ella le señaló con mucha claridad, que iba de visita donde unos parientes que vivían al otro lado , el ferroviario no viendo ningún inconveniente para que cruzara, la autorizó pasar, se despidió de ella y le deseó suerte, ella le respondió algo y esbozó una sonrisa que más parecía una mueca, entró de lleno en el puente y empezó a caminar por las tres corridas de tablones que estaban al lado de los rieles, el funcionario la quedó mirando, pues no era común que mujeres jóvenes y hermosas atravesaran solas este peligroso viaducto, como en ese instante no tenía nada que hacer, la siguió observándola mientras se alejaba, en ese momento le dio una corazonada de que algo podía pasar, pero no supo qué, cuando ella llegó al centro del puente, es decir a unos 150 metros de distancia de la garita, justo encima de la pilastra mayor, se detuvo, miró largamente hacia el lugar donde estaba el guardapuente, casi como despidiéndose, este la seguía contemplando en la distancia, ella le hizo un gesto con la mano y rápidamente pasó su cuerpo por entre la baranda metálica que da hacia el norte y saltó al abismo. Al ver esto, que antes nunca le había tocado contemplar, aunque ya nada podía hacer, corrió hasta el lugar desde donde había saltado la joven, enseguida volvió corriendo a la garita y se comunicó agitadamente con el Jefe de Estación, señalándole lo ocurrido. 

En el momento en que ella se lanzó al vacío, corría un fuerte viento norte, por tal razón al principio de la caída, debido al impulso que hizo al saltar, se alejó un poco del puente, pero por razón del ventarrón reinante volvió a acercarse a la estructura metálica y al llegar abajo, golpeó en el lado norte de la pilastra mayor; el feroz impacto en la dura estructura de piedra y cemento de la base, prácticamente destrozó su cuerpo, por lo que tuvo una muerte instantánea y su sangre empapó gran parte de esa sólida esquina y durante muchos años, como mudo testigo de este sacrificio de amor, quedó en la piedra una gran mancha oscura, que aun hoy, con un poco de paciencia e imaginación, se puede observar. 

FIN



El Carretero

Hay un camino de tierra pasa por debajo del viaducto del Malleco, y que sirve para que las personas que tienen predios o fundos río abajo por el lado sur del río, lleguen hasta sus casas. Cuando ocurrió el hecho que detallaré corría el año 1950, y esa polvorienta ruta era recorrida casi por puras carretas tiradas por bueyes y jinetes a caballo. 

Una mañana de invierno, un campesino salió con destino a Collipulli, llevando su carreta cargada con sacos de carbón de madera. Partió muy temprano hacia el pueblo, por lo que a media tarde había bien vendido todos los sacos que llevaba.

Una vez que se desocupó, con el dinero recaudado, pasó a un negocio conocido y adquirió lo que necesitaba llevar para su familia que estaba en el campo, y por supuesto en esta compra no le faltó la chuica de 5 litros de vino tinto. Salió del pueblo y empezó a bajar la cuesta que cruza el río por un pequeño puente unos 30 metros río abajo del lugar denominado “El Balneario”, le dio sed y destapó la garrafa, se mandó un largo sorbo y después otro, cuando pasó por el puente antes mencionado, ya iba a media estaca, le empezó a dar sueño por la levantada temprano y también por los tragos que se había mandado al cuerpo, por esto los bueyes prácticamente doblaron solos a la derecha, por un camino ya conocido, para tomar el rumbo a la querencia y se fueron caminando cansinamente por la ruta que va por la orilla del río, con rumbo norponiente. 

Aquí parten las especulaciones, se cree que cuando la carreta con el campesino ya durmiendo, estaba pasando justo por debajo del puente ferroviario, desde un tren se les cayó o lanzaron intencionalmente un gran trozo de carbón de piedra, que después de volar 100 metros desde lo alto, con una mala suerte increíble, dio de lleno en la cabeza de este pobre carretero, destrozándosela y matándolo en el acto, el fragmento de combustible sólido, era tan pesado que incluso rompió las tablas de la carreta. Los bueyes, inmutables siguieron camino abajo y después de un buen rato llegaron al patio de la casa, se detuvieron y se produjo un largo silencio, como de adentro de la casa vieron que había llegado la carreta, esperaron que él se bajara y entrara, pero nada de eso pasó, entonces uno de los hijos fue a encontrar a su papá y se enfrentó con el macabro espectáculo de su padre fallecido. 

Aquí la mala suerte hizo una jugada maestra, un minuto antes, un minuto después, unos metros antes, unos metros después, unos tragos menos habrían hecho la diferencia entre la vida o la muerte de este campesino, que del sueño pasó a la eternidad. Por otro lado, este crimen, si lo llamamos así, fue totalmente involuntario, ya que al fogonero que se le cayó o lanzó este pesado trozo, nunca tuvo ni la más remota intención de quitarle la vida a alguien ni tampoco supo que lo hizo. Los familiares de la víctima reclamaron a ferrocarriles, pero jamás se pudo aclarar nada, dado que ese día pasaron muchos trenes y no hubo manera de saber de cuál de ellos saltó el pesado carbón. 
Cuando la esposa del campesino se despidió de él por la mañana, no imaginó jamás que era la última vez que lo hacía, él partió como lo había hecho mil veces, pero esta vez, la suerte no lo acompañó en su regreso a casa.

FIN





El Suertudo

El puente ferroviario del Malleco, ha sido escenario de múltiples acontecimientos de todo tipo, tales como: suicidios, atropellos, escaladas de las pilastras, saltos en benji, aviones que han pasado volando por entre las pilastras, un jinete que lo cruzó galopando a caballo, etc., pero lo que voy a narrar en estas páginas ahora, es único e insólito.

En una oportunidad el dueño de una pequeña parcela, ubicada bastante lejos al otro lado del puente, específicamente en la zona de Chihuaihue, viajó caminando hasta Collipulli, para efectuar un importante trámite en la Notaría, este demoró bastante y le tocó almorzar en un restaurante, ya que se desocupó como a las 1 de la tarde, a la salida de la oficina notarial, se encontró con un compadre muy querido y como estada contento con el resultado obtenido, lo invitó a un rico almuerzo muy bien regado, después de múltiples brindis y concluido el ágape, salieron del comedor como a las 4 de la tarde, se despidió de su compadre y decidió emprender el regreso a su predio, antes que se le hiciera demasiado tarde. 

Pasó por un negocio del barrio y compró algunas cosas que le habían encargado y también unos embelecos para sus hijos menores y un perfume para su esposa. Una vez concluidas estas compras caminó apresuradamente hasta la salida del pueblo, ahí en un pequeño chinchel, a la pasada, se tomó el andavete, enseguida se dirigió a la línea ferroviaria y por ahí arribó a la entrada del viaducto, al llegar a la garita, saludó afectuosamente al guardapuente, con el cual ya se conocían desde hacía muchos años, conversaron sobre la sequía que afectaba a la zona, los bajos precios de los animales y algunas cosas más, posteriormente se despidieron de mano e inició el paso por el puente, entre paréntesis, como se dice coloquialmente, el hombrón estaba medio guaripoliao (es decir con algunos grados etílicos de más en el cuerpo). 

Este campesino como la mayoría de sus iguales, llevaba puesto en la cabeza un gran sombrero de huaso de ala ancha, bastante carreteado por lo demás, con el cual se protegía del sol y de las lluvias, había avanzado como 40 metros puente adentro, cuando una ráfaga de viento helado le sacó el sombrero de la testa y llevándolo hacia afuera del puente, quedando enredado el fiador o barbuquejo (tira con que se amarra y que pasa bajo el mentón) en la baranda del viaducto, con el apuro por recuperarlo, sacó el cuerpo por entremedio de la baranda metálica e, ignorando el peligro, trató infructuosamente de recuperarlo. Al parecer fue mucha la estirada del cuerpo afuera del puente, perdió el equilibrio y sin poder sujetarse, cayó al vacío. 

Pero esta vez el viaducto, no cobró una nueva víctima, aquí funcionó lo que se conoce en jerga popular como “la suerte de los curados”, puesto que después de volar puente abajo unos 35 metros, cayó de espalda sobre una mancha de zarzamoras muy espesa y antigua, que amortiguó en gran parte el golpe, por supuesto que se hizo algunos cortes, machucones, rasguños y también se clavó un montón de espinas por todas partes, pero nada que se pudiera considerar severo. 

El guardapuente que lo vio cuando se mando abajo, junto con otras personas que habían llegado en ese momento, bajaron lo más rápido que pudieron por el risco y se dirigieron al lugar donde lo vieron aterrizar, pensando que lo iban a encontrar muerto, tuvieron que abrirse paso por el espeso zarzal lleno de espinas para tratar de rescatar al caído, cuál no sería su sorpresa cuando lo encontraron vivo, entre todos lo levantaron y con mucho cuidado lo llevaron al hospital que está muy cerca, ahí lo revisó el médico de turno, que solo encontró heridas menores, esa noche por precaución lo dejaron hospitalizado y al día siguiente lo dieron de alta.

A la mañana del otro día, una vez que abandonó el nosocomio, con el sustito que se había pegado el día anterior se fue a su casa, bajando por la cuesta y cruzando por el pequeño puente carretero y durante muchos años siguió esa segura ruta, ya que tenía muy claro que esa historia no se cuenta dos veces, incluso se cuidaba mucho con el trago, de tal manera que cuando en algunas oportunidades muy especiales cruzaba por el puente ferroviario, lo hacía prácticamente sanigüeno, pero como era roto aniñao, que no cambiaba sus costumbres de la noche a la mañana, llevaba siempre en su morral un par de botellas de vino, una de las cuales se la mandaba al seco una vez que estaba al otro lado del puente, de esta manera según él, le sacaba la lengua a la muerte.

FIN




Frutillar, diciembre de 2016

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