domingo, 25 de septiembre de 2016

La Carrera del Zas, escrita el 2009

A comienzos del año 1961, se llevó a cabo una gran re-estructuración del Club de Pesca y Caza “Los Cuervos” de Collipulli, debido a una serie de problemas e irregularidades que se habían suscitado a lo largo de la vida de esta querida institución deportiva y que no son del caso comentar. Es mejor para todos que ellas duerman en la noche de los tiempos.

La nueva directiva quedó conformada por Jorge Standen Burgos, como presidente, Mario Troncoso de Armas, tesorero y el suscrito como secretario, a partir de entonces, en forma ordenada y responsable, se llevaron a cabo incontables y exitosas salidas, tanto de pesca como de caza y por supuesto en los períodos que correspondía. 

El hecho en particular al cual me voy a referir, ocurrió en una oportunidad en que se efectuó la apertura de la temporada de pesca en el río Malleco. Corría el mes de Octubre de 1962 y para llevar a efecto esta actividad, se nombraron las comisiones organizadoras de rigor, hubo acuerdo unánime que se hiciera con la modalidad de “Morral Libre”, es decir cada uno llevaba su cocaví y lo compartía con su grupo, se escogió la movilización y se eligió la zona de pesca, que correspondió en esa oportunidad a los fundos “El Veinte” y “ El Veintidós”, ambos predios lindaban con el río Malleco y distaban de Collipulli unos 30 o 35 kilómetros, hacia la cordillera.

Partimos de madrugada rodando por el antiguo camino que cruza Las Toscas y Curaco. Por esa época la ruta por la cual transitábamos era ripiada, bordeada de matorrales y cercos de tranqueros, muy polvorienta, llena de curvas, hoyos y baches. Todos íbamos encaramados arriba del viejo y vetusto camión del "Gitano Sánchez" (Luis), también socio del club. Nos pusimos de acuerdo para juntarnos por la tarde en un lugar determinado y regresar a la ciudad. Después de tragar polvo y saltar por alrededor de una hora, llegamos a los lugares escogidos, nos dividimos en cuatro grupos y empezamos a bajarnos del vehículo en forma escalonada. 

Mi equipo estaba conformado por: Abel Toledo, funcionario de la compañía molinera “El Globo”, el Cloro Cerda (José), empleado en la tienda de Donato Samur, Juan Castillo, obrero de la construcción conocido por todos como  “El Charrasqueado”, apodado así debido a que en todas las convivencias y reuniones de camaradería, el con mucho empeño y gracia cantaba el corrido mexicano “Juan Charrasqueado”, coreado alegremente por todos, y "el Zás" (Marco Aravena), escribiente de Carabineros en la Comisaria de Collipulli, este amigo pescador tenía la costumbre de remarcar siempre sus afirmaciones con la expresión Zás, por esa razón sus amigos de confianza, lo conocían y nombraban con esta sonora muletilla, además tenía una característica muy especial, yo diría que casi única: cuando bajaba caminando por una pendiente más o menos inclinada, empezaba a trotar en forma descontrolada y posteriormente comenzaba a correr sin poder detenerse hasta llegar a algún lugar plano, todos sabíamos esto y el incluso se despedía diciendo..¡Chao cabros, abajo los espero!

El camión se detuvo en la parte de arriba del fundo “El Veintidós”, para dejarnos a nosotros, que éramos el último equipo,  los tres primeros grupos ya se habían bajado en los lugares que les habían sido asignados, abrimos las trancas de madera, pasamos y caminamos con paso rápido a través de un húmedo potrero sembrado de trébol rosado, para llegar luego al borde del risco.

En el lugar que nos correspondió, el río va profundamente encajonado, debe haber desde el plano superior hasta el fondo del cauce unos 150 metros de distancia que discurren por una fuerte y empinada pendiente. El camino serpenteante por el cual debíamos llegar hasta  el lugar de pesca, era una vieja huella de carretas y caballos, que estaba abandonada hacia bastante tiempo, llena de renovales (bosque nativo juvenil), esteros y piedras. 

Empezamos a bajar y ocurrió lo de siempre, el Zás al inicio de la pendiente comenzó a trotar y se despidió, señalándonos que cuando llegáramos abajo, el ya habría enganchado un par de lindas truchas, todos le gritamos: ¡Chao cachiporra! y seguimos descendiendo con tranquilidad, conversando animadamente, riéndonos y haciéndonos ilusiones con lo bien que nos iría.

Era una hermosa mañana de primavera, muy despejada y con poco viento, el ambiente estaba fresco y un gran silencio lo invadía todo, solo los alegres cantos de tencas y zorzales saludando la llegada del sol, rompían esa quietud matutina, llevábamos como diez minutos descendiendo cuando de repente todo cambió, se escuchó un potente grito humano que más parecía un alarido descontrolado, que retumbó en el valle, seguido de un ruido parecido a un rugido con gran quebrazón de matas y ramas, todos nos miramos con cara de preocupación, Abel exclamó: ¡Algo le pasó al Zás, apurémonos para ver que fue!

Aceleramos nuestros pasos y trotamos avanzando por el enmarañado camino, buscando señales de lo acontecido, miramos para todos lados, primero pillamos botado su bolso con ropa y comida, enseguida un poco más adelante estaban desparramados sus elementos de pesca pero de él nada, recogimos las cosas y seguimos buscando, al final después de unos veinte minutos de conjeturas y preocupaciones llegamos al recodo del río, donde teníamos que iniciar nuestra jornada de pesca, justamente ahí estaba el Zás, metido dentro del agua que le llegaba a los sobacos, le gritamos muy preocupados, ¿Que estás haciendo ahí con tanto frio?, eran las 7 de la mañana, cuando nos vio comenzó a salir caminando con alguna dificultad, llegó afuera tiritando y mojado como pitío, apenas podía hablar, le preguntamos ¿Que te pasó?, pero antes que respondiera hicimos que se sacara la ropa mojada y se pusiera la seca que llevaba de repuesto y que nosotros le habíamos recogido en la bajada, se bebió un largo y reconfortante sorbo de pipeño y se recuperó un poco. 

Sentado en un tronco de pellín (Roble añoso), mas reanimado y repuesto, nos narró con lujo de detalles lo acontecido en medio de la cuesta diciendonos: 

Cuando me despedí de ustedes, empecé a trotar y como la pendiente era muy fuerte, tuve que acelerar el tranco, ¿Se acuerdan donde está ese gran trozo de laurel medio blanqueado?, ¡Si, claro!, le dijimos, prosiguió: en la vuelta que sigue, pasa un estero que hace una poza de agua en el centro, bueno al llegar corriendo hasta allí, vi con infinita sorpresa y espanto que un gran puma, color café claro medio rojizo, estaba tomando agua, como no pude detenerme me fui derecho hacia él, al escuchar el boche de mis pisadas levantó vivamente la cabeza, yo ya estaba a unos tres metros del león, lancé un grito que no sé de donde me salió, desconozco si fue de miedo o para espantar al bicho, pero éste al ver que yo estaba casi encima, pegó un tremendo rugido y saltó como cinco metros hacia la quebrada, cayendo de lleno sobre un tupido quilantal, se escuchó un pataleo y una gran quebrazón de ramas secas, en menos de medio segundo pasé justo por el espacio que dejó el felino, es decir estuve a centímetros de pegarle un feroz caballazo, quizás con que consecuencias, de ahí en adelante, con la adrenalina al tope, mi corazón saltando como loco y los pelos erizados de punta, apreté chaqueta guarda-abajo, como alma que lleva el diablo, corrí, corrí, haciéndole el quite a ramas y piedras, me tropecé varias veces y me mandé como dos porrazos, llegué a arar por el suelo, ¡Miren como me quedaron mis rodillas y codos, todos pelados!, mis bolsos saltaron lejos, que me iba a parar a recogerlos, cuando en todo momento pensaba que me venía pisando los talones, con ganas de darme un zarpazo y mandarme para el otro mundo, era una cosa aterradora, detrás de cada mata me parecía ver sus ojos, no demoré nada en llegar al río, muerto de miedo no me quedó otra que tirarme al agua, para tratar de salvarme si el animal me atacaba. Ahí llegaron ustedes, estaba esperando con ansia que aparecieran, re nunca había pasado un susto tan grande como éste, casi me cagué.

Nosotros le dimos seguridad, señalándole que no vimos al puma por ninguna parte y le dijimos que a lo mejor el animal se llevó un susto mucho más grande, al ver por primera vez en su vida que un ser humano se le venía encima con tanta determinación y a grito pelado. 

Después de esta espeluznante narración, sacamos un termo con agua hervida y nos servimos un buen desayuno con café calentito y ricos sánguches, se habló in extenso sobre este peligroso acontecimiento, donde el Zás las vio negras, salieron como siempre los chascarros y los cachiporreos, el Cloro Cerda señaló muy suelto de cuerpo, que él le habría pegado un solo garrotazo en la cabeza para usarlo como carnada de pesca, Abel dijo: si a mí me hubiera tocado encontrarlo lo despellejo y me hago una chaqueta de cuero, el Charrasqueado no se quedó atrás diciendo: en cuanto Abel lo hubiera descuerado, yo me lo habría comido asado al palo con toda mi familia y también habría invitado a Los Cuervos para que se pusieran con los flecos, después de esto la conversación se distendió y nuestro común amigo se calmó bastante, pero igual nos dijo: ¡Yo hubiera querido que se encontraran ahí, con el puma al frente mostrándoles los dientes, a ver si hubieran sido tan gallos!.

Posteriormente empezamos a pescar, el Zás no se apartó de nosotros, caminaba cojeando debido a los raspones que se había hecho, de vez en cuando pegaba desconfiadas miradas hacia los matorrales de la orilla, cogió bastantes truchas, al parecer la mala suerte de la mañana, cambió radicalmente por la tarde, cuando el sol se comenzó a ir por el oeste, subimos la cuesta por otro camino, mucho más despejado que el anterior, lo único que arrancó delante de nosotros fue un asustado conejo, nos reunimos todos en el alto del risco, caminamos hacia el camión y regresamos sin novedad hasta Collipulli. 

Este particular hecho pasó a engrosar el nutrido anecdotario de Los Cuervos, quizás no fue uno de los más novedosos, pero quedó bien en claro que el DO de pecho que se pegó el Zás frente al león de montaña, le ganó por lejos al gran tenor italiano Enrico Caruso y el posterior carrerón que se mandó cuesta abajo hasta llegar al río, es probablemente un record mundial no cronometrado, que ya se lo hubiera querido el eximio velocista húngaro Emil Zatopek.  

Por medio de esta corta pero emotiva historia, quiero recordar y agradecer con mucho cariño y nostalgia mi paso por Los Cuervos, hice amigos entrañables, tuve grandes compañeros y mejores dirigentes, muchos de los cuales ya se han ido, no los quiero nombrar porque se me podría olvidar alguno y eso no sería justo, solo quiero decir muchas gracias a todos, fueron años hermosos de nuestra juventud, los disfruté intensamente y todos ustedes colaboraron de corazón, para que así fuera.

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