lunes, 19 de septiembre de 2016

El Bote del Toltén, se terminó de escribir en sept. de 2015

En el invierno de 1974 asistí a participar con varios integrantes de mi club Los Cuervos de Collipulli, entre ellos: Gabriel Venthur, Jorge Puga, Octavio Escobar, Erico Hornung, mi querido compadre Humberto Risso y algunos más, a una cacería interprovincial de patos, que se llevó a efecto en las vegas de Carahue y que organizó en esa oportunidad, el Club de Pesca y Caza de Nueva Imperial. Nos hizo un muy buen día y el producto de la caza fue abundante, al finalizar se llevó a cabo un gran almuerzo de camaradería y por supuesto muy bien regado, durante ese magnífico ágape, después de encendidos y enjundiosos discursos, se procedió a premiar a los mejores, posteriormente como siempre ocurre, se armó una gran rueda de amigos y conocidos y al calor del navegado que nos entibiaba el corazón y nos soltaba las lenguas, se contaron anécdotas, historias, chascarros y mentiras muy bien adornadas de cacerías y pescas de la zona, de las cuales voy a rescatar una que me pareció muy verosímil y a la vez emotiva, ella tiene que ver un poco con la pesca y nos la contó uno de sus protagonistas. A pesar del tiempo transcurrido trataré de relatarla de la mejor forma posible, ajustándome en todo a lo que nos dijo ese amigo, hace ya muchos años.

Un día, después de una abundante jornada de pesca en la desembocadura del caudaloso río Toltén, surcabamos un amigo yunta de mil aventuras y yo las aguas del Toltén en una lancha a motor, ibamos aguas arriba, es decir a contracorriente, cuando nos percatamos de un pequeño bote de madera con dos hombres que también iba río arriba, pero era propulsado a remos y a pesar del esfuerzo del remero apenas avanzaba ya que la corriente era muy fuerte, le dije a mi compañero. Démosle una mano, remolquémoslo … total ¿qué más nos cuesta?

Mi amigo estuvo de acuerdo, disminuimos la marcha, nos acercamos a ellos y les ofrecimos tirarlos con nuestra embarcación, aceptaron encantados, les arrojamos un cordel y lo amarraron en la punta de su bote, al preguntarles a donde iban nos señalaron que a la desembocadura del rio Dónguil. Al observar bien la pequeña embarcación nos percatamos de que llevaban varias cosas, entre ellas: canastos, cordeles, sacos, etc. y arriba de todo ese revoltijo iba un pequeño perrito medio lanudo, que se movía muy contento para todos lados, los arrastramos como veinte minutos y llegamos a la entrada del afluente que nos habían señalado, se soltaron, nos agradecieron efusivamente la paleteada y nos despedimos.

Quedamos intrigados, pensando que pretendían hacer en ese apartado y solitario rincón del cauce. Nos alejamos navegando lentamente por una larga corriente, sin dejar de mirar el botecito, habíamos avanzado como ciento cincuenta metros río arriba, cuando de repente empezaron a moverse en forma frenética para todos lados, se agachaban, se enderezaban, gesticulaban con las manos y gritaban, en un parpadeo uno de ellos tomó el perro y lo tiró al agua, enseguida cada uno por su lado saltaron al río. Paramos el motor asombrados por lo que estábamos viendo, no entendíamos por que habían hecho eso, no bien cayeron al agua empezaron a nadar en forma frenética y ya se habían alejados como cuarenta metros del bote, cuando para nuestro asombro, se produjo una gran explosión que retumbó por todo el valle, el bote se desintegró en mil pedazos, los remos volaron hacia lo alto dando vueltas como hélices, una humareda espesa se instaló en el lugar. A raíz de esto dimos media vuelta y nos dirigimos rápidamente hacia el lugar donde había acontecido este inusual hecho, recogimos a los náufragos y a su perrito, los tres estaban sanos y sin heridas, pero muy entumidos por el remojón y un poco sordos por la violenta explosión, una vez que los subimos a la lancha les servimos un trago de tinto para que pasaran un poco el frío, se tranquilizaron algo del susto, tomaron aliento y nos contaron lo que aconteció en el  bote, cabe señalar que estos dos personajes eran padre e hijo y contaban con alrededor de cuarenta y cinco y veinte años respectivamente.

El padre nos señaló, con un poco de vergüenza, que vinieron a pescar con dinamita a la desembocadura del Dónguil, como muchas veces lo habían hecho antes y siempre les había ido bastante bien, nos contó que cuando nosotros los dejamos, empezaron a preparar el cartucho de explosivo, poniéndole una mecha corta y amarrándolo a una piedra para que se fuera a fondo. El hijo sostuvo la dinamita en la mano y su padre con un fósforo la encendió y le dijo: ¡tírala luego al agua! Por razones inexplicables, al tomar impulso para lanzar el cartucho lo más lejos posible, la dinamita se le enredó en un cordel y se le soltó, al caer el cartucho pasó a golpear el borde del bote y solo la piedra cayó al río y la dinamita encendida rodó bajo la rejilla de madera de la embarcación que estaba clavada al piso, por lo cual, además del nerviosismo de ambos, no pudieron sacarla. Al quedar sin alternativa más que el agua, el joven cogió el perrito y lo lanzó al río, enseguida ambos lo siguieron abandonando el bote y nadaron como desaforados para alejarse, hasta que la débil embarcación estalló, afortunadamente no los golpeó ningún trozo de madera aunque se llevaron el susto de sus vidas.

En realidad con mi amigo no hallamos que decirles, tampoco podíamos hacerles reproches por su forma de pescar, fue una situación totalmente inesperada y fuera de toda lógica que afortunadamente tuvo un final feliz para los dos y el perrillo y, por su puesto que no para el pobre bote.

Después que estrujaron sus ropas y se secaron un poco, nos dieron las gracias de nuevo, esta vez más efusivamente que la anterior y nos pidieron que los ayudáramos a recoger los remos que estaban enteros y flotando, ya que servían para el otro bote que tenían en su casa, posteriormente los llevamos hasta la orilla y desde ahí ellos se fueron a pie hasta su casa, que no estaba muy lejos corriente abajo según dijeron.

Cuando volvimos al río para reiniciar nuestro regreso a casa, comentamos lo que nos quedó más grabado, que ante el inminente peligro en que estaban sus vidas, no dudaron un instante en salvar primero a su perrito lanzándolo al agua antes de lanzarse ellos mismos. Esto nos conmovió y nos sentimos afortunados de haber estado allí y haber sido testigos de una acción tan notable, de aquellas que de tarde en tarde iluminan y engrandecen el alma humana.

Y esa es la historia que nos contó ese amigo de Nueva Imperial en aquella ocasión y que he querido compartir.

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