martes, 13 de septiembre de 2016

Fratello, escrito en octubre de 1998

En el año 1964 la Democracia Cristiana, arrasó en las elecciones presidenciales y Don Eduardo Frei Montalva, accedió a la primera magistratura de la Nación, a continuación se llevaron a efecto las parlamentarias, de nuevo ganaron los falangistas por amplia mayoría, de tal manera que sobraron votos y hasta los candidatos que iban de relleno en las listas fueron a sentar sus reales en los escaños del parlamento, a modo de chanza un chusco comentó en forma jocosa que uno de los tales diputados, intervino oralmente solo en una oportunidad durante los cuatro años que duró su mandato y esto ocurrió en los momentos en que un gran temporal estaba azotando con furia la zona central del país, justamente en esos instantes en el interior del parlamento se discutía acaloradamente, cuando en forma repentina se cortó el suministro de energía eléctrica, quedando el hemiciclo como una boca de lobo y produciéndose al mismo tiempo un silencio sepulcral, y ahí, solo ahí, desde la oscuridad más absoluta, todos pudieron escuchar su voz por primera y última vez, cuando exclamó: ¡Yo tengo jójoros!

Dentro del mismo período, en las comunas se eligieron regidores para conformar los gobiernos edilicios, una vez más triunfó el partido gobernante y mi compadre, Humberto Risso Barrientos, fue nominado Alcalde de Collipulli, su elección fue un gran acierto ya que era un hombre hábil que siempre dirigió sus negocios en forma eficiente y acertada, honrado a carta cabal, además poseía el título de Contador, que le permitió un manejo fluido y expedito de las cifras.

Realizó sus estudios superiores en el Comercial de Valparaíso, una vez que los concluyó con distinción, retornó a Collipulli y ayudó a su padre, don Pablo, en el manejo de su depósito de licores y otros negocios, posteriormente se independizó, dedicándose al comienzo al transporte de carga terrestre, especialmente ripio y arena, llegando a poseer tres camiones en esa época, cuando el parque automotriz del país alcanzaba el uno por ciento de lo que es ahora, con posterioridad incursionó en el rubro construcciones e instaló una barraca de maderas, empresas en las cuales obtuvo muy buenos resultados.

Por esos tiempos ya estaba casado con mi comadre Bruni y tenía una numerosa prole, situación que lo llevó a redoblar sus esfuerzos para solventar todos los gastos que ello implicaba. Con este rico bagaje de conocimientos y experiencias llegó mi compadre a la Municipalidad, donde llevó adelante una gestión muy exitosa y que siempre es bien recordada.

En esos años, nos transformamos en parientes y empezamos a compartir nuestra amistad, yo era cazador y pescador de sábados y domingos, en razón de ello muchas veces lo invité a salir, pero siempre me decía que no, señalándome, debo dedicar cinco días a la alcaldía y dos a mis camiones, esto se repitió muchas veces, yo lo mantenía de socio en el club de Pesca y Caza “Los Cuervos”, esperando que en algún momento cambiara de opinión.

Un buen día dijo que si, fuimos a cazar y mi compadre descubrió que el tiempo y el espacio se los proporciona uno mismo, nadie se lo viene a dar o a regalar, desde ahí en adelante, continuamos saliendo innumerables veces a recordadas jornadas de pesca y caza. Conociendo su nueva afición, alguien en el año 1966 le regaló un perrito perdiguero de dos meses de edad, este era muy hermoso, tenía un lustroso pelo color achocolatado con leves manchas blancas, de ojos brillantes, muy vivo e inquieto, los niños lo quisieron mucho desde el primer momento y lo transformaron en su mascota preferida, por lo juguetón y simpático.

Humberto se preocupaba en forma preferente de alimentarlo y cuidarlo muy bien, pensando en las alegrías, triunfos y satisfacciones que le proporcionaría en la próxima temporada de caza. Y llegó el gran momento, comenzó el período de cacería de perdices y decidimos salir con mi compadre, que por supuesto, llevó a su crédito para tales fines, el “Fratello”, nombre con el que lo bautizó, en recuerdo del idioma de sus antepasados genoveses.

Nos dirigimos en la antigua camioneta Datsun de Humberto, apodada la “Sukillaqui”, hacia un lugar cercano a Collipulli denominado “Huapitrio”, el tiempo estaba malo y lloviznaba con persistencia, entramos a un potrero que no se cultivaba desde hacía varios años, grandes matorrales cubrían el suave y ondulado lomaje, especiales para que se criaran en forma abundante, todo tipo de aves y animalitos de caza. Cargamos las escopetas y empezamos a caminar por el humedecido terreno, Fratello iba muy atento al lado de mi orgulloso compadre, cuando de repente, en forma sorpresiva, levantó el vuelo una hermosa perdiz, emitiendo su grito estridente y característico, como buenos cazadores reaccionamos al unísono, levantamos las armas y disparamos casi simultáneamente, las municiones alcanzaron al ave, pero antes que esta tocara el suelo, el que creíamos un valiente y aguerrido can iba velozmente dando la vuelta a la loma, muerto de susto, arrancando a la perdición, Humberto quedó desconcertado, jamás imaginó una reacción de ese tipo, nos desgañitamos llamándolo y silbándole para que volviera, no hubo caso, simplemente desapareció de nuestra vista, traté de conformar a mi compadre diciéndole que estas cosas a veces pasaban y que más adelante lo encontraríamos. 

Continuamos la cacería un poco desmoralizados por esta inexplicable actitud, echamos otras pocas “chocas” al morral y decidimos volver al pueblo, para lo cual salimos al camino y empezamos a retornar al lugar donde estacionamos el vehículo, distante como un kilómetro hacia el norte, avanzamos un poco apurados, debido a que la lluvia se estaba poniendo más gruesa y mojadora. Al dar vuelta en un recodo del camino, vimos como a media cuadra a dos tipos bastante fornidos, vestidos con trajes de caza, dando vueltas por la orilla de un viejo jeep verde sin vidrios en las puertas, gritando desaforadamente y esgrimiendo grandes garrotes en sus manos, con los cuales, como espadachines, lanzaban golpes y mandobles hacia el interior del cacharro.

Al contemplar aquello, apresuramos el paso para saber de que se trataba, cuando llegamos allí, ¡Oh sorpresa!, atrincherado en el asiento delantero, detrás del volante, defendiendo su posición inclaudicablemente, como Leonidas en las Termopilas, ¿adivinen quién?, ¡nada menos que el mismísimo Fratello!, que, con los pelos erizados cual fiera embravecida, gruñía, ladraba y lanzaba mortales dentelladas a los enfurecidos guatones sin permitirles entrar a su vehículo, mi compadre y yo quedamos consternados, no hallábamos que decir. Avergonzados les pedimos disculpas señalándoles que el perro era nuestro y que se nos había perdido en la mañana, estos hombres estaban realmente indignados, puesto que los había tenido como media hora bajo la lluvia y con sus patas llenas de lodo y sucio como estaba, dejó el piso todo embarrado y los asientos mugrientos y hediondos.

Inmediatamente Fratello reconoció a su dueño, se calmó y se bajó del jeep, que seguramente en su pensar perruno creyó que era la camioneta de mi compadre, pero antes de ir a refugiarse detrás de Humberto, sin ningún tipo de diplomacia les mostró una vez mas sus afilados colmillos esos hombres, para dejar claro que no les tenía ni pizca de miedo.

Les dimos todo tipo de excusas a los afectados y uno de ellos manifestó, aún muy enrabiado, ¡no le disparé un tiro para no ensuciar más mi vehículo!, la conversación se aquietó, como buenos cazadores comenzamos a conversar, contar historias y cachiporrearnos, resultaron ser angolinos de clubes conocidos, degustamos unos ricos sorbos de tinto para espantar el frío y nos despedimos sin rencores.

En otra oportunidad en que  Humberto tuvo que ir a ver unas maderas que le vendían en un fundo cercano, me invitó para que lo acompañara, aproveché la oportunidad para llevar mis dos perras perdigueras, la Cherry y la Perla, madre e hija respectivamente, a fin de que corretearan por el campo, para que no fueran tan solas, subimos también al Fratello, este viaje se hizo por un sinuoso camino ripiado, en muy mal estado y lleno de baches, con los saltos los perros rebotaban como pelotas en la carrocería, cuando nos detuvimos, nos dimos cuenta con sorpresa, que desde hacía bastante rato, a pesar de todas estas incomodidades, el Fratello había puesto en marcha su fabricante de perritos, fue reprendido severamente por esta inexcusable actitud, no estuvo ni ahí con los retos, al parecer creyó que lo estábamos felicitando, a los dos meses una de mis perras parió nueve cachorritos iguales a él.

Cachazudamente, concluimos después de este luctuoso hecho, que además de sus progenitores perdigueros, que le legaron su bella estampa, debe haber tenido un ilustre antepasado inglés, que acompañó a los reyes en la cacería de la zorra.

Después de estas dos memorables hazañas, Humberto no quería sacarlo ni a la puerta, yo insistí y le pedí que le diera una nueva oportunidad y que si esta vez fallaba, no lo llevara más. Después de muchas conversas, mi compadre accedió y lo sacamos de nuevo a la lid, esta vez fue el fundo San José, de propiedad de Elmo Subiabre, conocido y amigo nuestro, este predio está ubicado a unos treinta kilómetros de Collipulli hacia la cordillera, por el antiguo camino a San Andrés.

Fue un viaje azaroso y bastante movido, llegamos al lugar que reunía las mejores condiciones para el tipo de actividad que íbamos a realizar, se trataba de un potrero casi plano, con un rastrojo de trigo, cuyas cañas eran bastante altas y muy poco pisoteadas por los vacunos, el Fratello entró gallardamente, los largos pelos de sus orejas eran mecidos por la brisa, cual penachos de los bersaglieri desfilando por las antiguas vías de Rapallo, levantando la nariz y trotando airosamente de cara al viento, parecía querer olfatear todas las perdices del mundo, comenzamos a caminar, cruzamos un destartalado portón de madera y entramos de lleno a las cañas, a poco andar nos sorprendió nuevamente una alada gallinácea con su vuelo repentino, empuñamos las armas y disparamos, pero el ave escapó y el que también arrancó de nuevo fue el perro, huyó como alma que la lleva el diablo, fue realmente una verdadera raya achocolatada que cruzó raudamente el extenso y amarillento  rastrojo, en un abrir y cerrar de ojos desapareció detrás de un tupido monte, nuevos gritos y silbidos, lo llamamos de mil maneras pero no apareció.

Mi compadre muy apenado se sentó en un grueso tronco de pellín y exclamó, ¡Este quiltro de porquería para lo único que sirve es para hacer jabón!, para bajarle el perfil a su pena y preocupación, le pasé la bota española para que degustara unos sorbetes, diciéndole al mismo tiempo que no se preocupara tanto, que era casi seguro que lo íbamos encontrar en su camioneta o encaramado en la de otro.

Continuamos la cacería por el resto del día y nos fue bastante bien, además de las perdices cazamos choroyes y tórtolas, al regresar por la tarde al vehículo para retornar al pueblo, no lo encontramos, lo buscamos y lo llamamos por todos lados y nada. Ahí mi compadre se preocupó y me preguntó ¿Qué le voy a decir a los niños cuando llegue sin el perro?, la única solución que se me ocurrió proponerle, fue que llegáramos tarde y que dejáramos para mañana las explicaciones, y le dije, acuérdate que eres político y ya discurrirás  algo.

Volvimos al pueblo ya oscuro, me pasó a dejar a mi casa y el se fue a la suya, no comentó nada de la pérdida del can, se acostó intranquilo, pero el cansancio acumulado por el día de caza y la preocupación, hicieron que rápidamente se quedara dormido como un lirón.

Como a las cuatro de la mañana, la comadre lo remeció para que despertara, diciéndole, ¡Humberto, Humberto, alguien está golpeando y aporreando la puerta de la calle, anda a ver quien es!, con mucho sueño, a regañadientes y dando trastabillones bajó por la escalera hasta el primer piso, se allegó a la puerta de calle y preguntó ¿Quién es?, no hubo respuesta, solo más golpes y empujones, descorrió lentamente para ver quien era el osado que se atrevía a interrumpir el sueño del alcalde a esa inusual hora, pero en ese instante de un caballazo se abrió la puerta de par en par, mi compadre casi se cayó de espaldas, ¡Quien si no!, el Fratello, que entró como una tromba, patinando y resbalando con sus patas mugrientas por el comedor, fue a parar a la cocina, chocando con sillas, mesas y taburetes, todo ocurrió en segundos y ahí de un viaje se le espantó el sueño a Humberto, su primera reacción fue de incredulidad pero inmediatamente le volvió el alma al cuerpo, pues ya no tendría para el otro día la pesada carga de explicar a los niños la desaparición del perro, ya que este, contra toda lógica, había recorrido los treinta kilómetros, en mas o menos doce horas y ubicado la casa de sus amos dentro del pueblo sin ninguna dificultad.

El perro demostraba una felicidad incontenible, ladraba y saltaba de alegría y le lamía las manos a mi compadre, éste tranquilamente le abrió la puerta de la cocina para que saliera al patio, comiera y después se fuera a dormir a su casita, enseguida retornó muy aliviado al dormitorio, al llegar mi comadre le inquirió ¿quién era y que fue todo ese bochinche?, respondiole con toda su pachorra edilicia, ¡mijita, era el Fratello que andaba en la calle y no me explico como salió!.

Para cerrar su historia, diré que si bien es cierto, ninguna de las grandes expectativas cinegéticas que se creó Humberto se llevó a  cabo, este can tuvo una buena vida, recibió mucho cariño, su olla siempre estuvo llena y el lo retribuyó cuidando su hogar con la misma fiereza con la cual se defendió en el viejo jeep. También agregaré, que ladinamente, se las arregló para dejar en el barrio y en mi casa, una nutrida descendencia, fue un ecologista ya que  nunca persiguió o maltrató un pajarillo, tampoco plantó ningún árbol, pero los amó mas que nadie y todos los que estaban a su alcance los visitaba cada día, regándolos con insistencia. Redondeando, creo que lo único que le faltó, fue escribir sus memorias y en eso, con mucho agrado, me he permitido reemplazarlo.

1 comentario:

  1. Muy buena la historia del Fratello, realmente me reí mucho y recordé viejos tiempos.
    Por supuesto muy bien contada y haciéndola realmente muy entretenida, además de ponerla en el contexto histórico de una forma magistral.

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