domingo, 30 de octubre de 2016

Frutillón

Durante varios años, mientras duró mi permanencia en Santiago y mi participación en el club de pesca y caza de los funcionarios del Banco del Estado de Chile, trabé una permanente amistad con Baldo Vilina Ansieta, descendiente de esforzados inmigrantes dálmatas, oriundo de la nortina Vallenar y en esa época ya jubilado del Banco del Estado de Chile. A pesar de que tuve algunos inconvenientes en mi comienzo en "Los Pumas", nos hicimos muy amigos y de hecho constituimos una muy buena “Yunta”, e innumerables veces llevamos adelante memorables jornadas de caza o de pesca, hombre muy ordenado, responsable, mejor dirigente y devoto del buen libar y del mejor yantar.

En una oportunidad en el invierno de 1985, con posterioridad al gran terremoto que remeció la zona de Santiago, nos pusimos de acuerdo para ir a cazar patos al tranque “Perales”, ubicado a la altura de Casablanca más o menos a 100 kilómetros de la capital. Como siempre la hora de salida el día Sábado, era tempranísimo, debíamos llegar al lugar antes que aclarara, para que las aves no se nos arrancaran. Yo partía en  mi Datsun 150Y desde Colón 8270 como a las 4:30 horas y pasaba por Eliodoro Yáñez a recoger a Baldo a las 5 en punto.

En esa oportunidad por una razón u otra, que no es del caso comentar, llegué a las 5:20 horas, detuve el auto frente al edificio donde vive con Fresia y su familia y no estaba a la vista, me extrañó ya que siempre era absolutamente puntual, me bajé del vehículo para ir a buscarlo, en ese momento con cara de asustado salió de la mampara de entrada a los departamentos y yo en son de broma le dije: ¿Chis?, te atrasaste, recién vienes bajando y el con voz media temblona, me replicó: ¡Dentro del auto te voy a contar la media tallita que me pasó, casi me cagan!

Quedé preocupado sin tener la más mínima idea de que se trataba, acomodó sus bultos y la escopeta en el maletero del auto, junto a mi perro el Frutillón, que incluso se molestó y gruñendo le mostró amenazadoramente los dientes, se subió al cacharro, cerró la puerta medio enojado y dijo: ¡Chutas, lo único que faltaba es que me hubiera mordido el perro!

Partimos, terminó Eliodoro Yáñez y entramos de lleno a la Alameda, como continuaba en silencio, ¿Y?, le dije, ¿Qué te pasó?, por lo asustado parece que viste al león, me miró diciendo, ¡Si fuera eso no habría sido nada! y empezó a relatarme su odisea diciéndome: Salí como a las 4:50 horas a esperarte y como estaba oscuro me acompañó el nochero que cuida el edificio, que ahora se arrancó para adentro y no creo que salga hasta que aclare. Como tú  siempre pasas  a la hora justa, vi venir un vehículo como a las 4:55 horas con mucha rapidez calle abajo, pensé que eras tú y te estabas pasando de largo, baje a la calzada y empecé a hacer señas con las manos, el auto frenó bruscamente como a cinco metros del lugar donde nos encontrábamos, ahí me di cuenta de que no eras tú, se abrieron las puertas y salieron cuatro ñatos jóvenes y maceteados, cada uno portando una metralleta y me encañonaron al igual que al nochero, el que hacía de jefe con la cara desencajada de rabia y que con la media luz de las ampolletas de la calle se le veía realmente siniestra, gritó, ¡Arriba las manos mierda! Y dirigiéndose a mi masculló, ¿Que buscai huevón, queris que te matemos?, no supe que hacer, quedé aterrorizado, traté de balbucear algo, diciéndole que te estaba esperando a ti para ir a cazar, el mismo tipo rugió, ¡Cállate, todos los huevones que pillamos salen con cualquier chiva!, terrorista de mierda, a quien si no a ustedes par de infelices se les ocurre, salir a las cinco de la mañana, en pleno invierno, a atajar la policía en medio de la calle, agradezcan que no les disparamos a la primera, no lo hicimos porque a ti te hallamos cara de abuelo, en ese momento sentí un miedo parido, no hallaba que hacer, cualquier cosa que intentaba decir me hacían callar de un viaje, finalmente nos dijo, vayan a acostarse y no se les ocurra más salir a hueviar a las cinco de la mañana.

Dieron media vuelta, se subieron al auto y partieron rajados, junto con el cuidador quedamos tiritando sin atrevernos a hacer nada, el automóvil avanzó como treinta metros y de nuevo se detuvo bruscamente, se abrió una puerta, pa’ que te digo lo que se me pasó por la cabeza, lo único que se me ocurrió decirle al nochero fue, ¡Aquí cagamos, ahora nos van a matar! Se bajó el que hacía de mandamás, avanzó rápidamente hacia nosotros, venia sin la terrorífica metralleta, instintivamente levantamos las manos, en esos instantes sentía que me corría un chorro helado por la espalda, se detuvo frente a mí y con otro rostro y otra voz totalmente distinta, hasta amable diría yo, nos dijo, ¡Bajen las manos y perdónennos lo bruscos que fuimos con ustedes!, somos del servicio de inteligencia, andamos de patrulla y recién como  diez cuadras de aquí  nos dispararon, al verlos a ustedes en la calle moviendo los brazos, pensamos que pertenecían a la banda terrorista que nos atacó. En todo caso logré entender que ibas de cacería, si hubieras estado con la escopeta en la mano o al hombro les habríamos disparado sin pensarlo dos veces, buenas noches, nos miramos, respiramos hondo y esta vez sí se fueron definitivamente.

Ese día el Baldo llenó la bolsa de patos, le apuntaba a todo, al parecer les disparaba con rabia como si fueran los machucados que le dieron el gran susto matutino, incluso el Frutillón, andaba al ladito de él recogiendo y sacando las aves del agua y moviéndole la cola como pidiéndole perdón, por haberle mostrado los dientes en un momento tan inoportuno.

Baldo resumió el final de la abundante cacería diciendo: “Entre los huevones que me querían cagar en la mañana y los dientes del Frutillón, de todas maneras, me quedo con el perro de mi amigo Armando”.

2 comentarios:

  1. hola muy buena historia ! el baldo era un plato y una gran persona
    tengo guardada una insignia del club de pesca que era de mi abuelo A.Tromben

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    1. Gracias por tu comentario, sin duda insignes miembros del club y grandes personas ambos.

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