martes, 25 de octubre de 2016

De dulce y de agraz (Octubre 1988)

El sábado 14 de octubre recién pasado, se llevó a efecto una reunión de camaradería y pesca a orillas del tranque Rapel, malamente llamado así cuando en realidad es un gran lago artificial. El motivo de este evento fue celebrar dignamente los veintiún años de la fundación de nuestro querido Club de Pesca y Caza, del cual afortunadamente formo parte y que me ha dado tantos amigos y amigas, hermosos momentos y vivencias imborrables, su nombre, “Los Pumas”, haría pensar a muchos que se trata de un grupo predador y tal vez agresivo, más no es así, está formado por un selecto número de personas que aman la naturaleza, practican entusiastamente la pesca y la caza, pero que sobre todo, disfrutan de la amistad que se profesan.

Se estaba procediendo a premiar aquellas socias y socios que tuvieron más suerte y habilidad en coger algunos pejerreyes de la magra cantidad que nos entregó el lago ese día y más precisamente se galardonaba merecidamente con el primer premio, en la categoría damas a la juvenil y hermosa integrante del Club, Cristinita Pinto, de lo cual me alegré mucho, puesto que es una entusiasma y esforzada cultora de esta disciplina.

Alguien del grupo, por casualidad levantó la vista hacia un aromo que con su agradable sombra nos protegía del quemante sol y apuntando con un dedo, dijo: ¡Miren!, varios lo hicimos, elevamos la vista hacia lo alto y vi algo que me conmovió, un pajarillo de esos que corren por las orillas de lagos, lagunas, ríos y cursos de agua, picoteando sus alimentos, se encontraba muerto y suspendido al extremo de un trozo de nylon de pesca, enredado en una alta rama de la despejada acacia bajo la cual nos encontrábamos, la mayoría que miró no le dio más importancia sin embargo yo me puse a reflexionar acerca de como llegó hasta allí, cual fue su sino trágico, eché a volar mi imaginación y creo que fue así: se levantó una mañana feliz como todas las avecillas, rindiéndole culto al astro rey con sus trinos, gorjeos y cánticos, voló con la fresca brisa matinal hacia su lago amado, se posó en los mismos lugares en que lo hacía siempre, sabiendo que su diario sustento lo encontraría allí, picoteó feliz pequeñas algas, piedrecillas e insectos, cuando de repente, ¡ Oh sorpresa! un amarillo y apetitoso gusano de tebo, un manjar para el, sin pensar se lo tragó al instante, ¡pero que terrible engaño!, en su interior se encontraba un afilado anzuelo, el cual tenía atado un invisible y largo trozo de nylon, se asustó, voló, giró y trató por todos los medios de librarse de ese molesto elemento, el cual con la velocidad del vuelo empezó a clavarse en su pequeño cuerpo, se desesperó, se dirigió hacia los árboles que estaban cerca de la playa, se posó en una elevada rama que ya había perdido su ropaje amarillo primaveral, descansó, su respiración era azarosa, la desesperación estaba haciendo presa de él, quiso volver de nuevo hacia su querido lago, más el destino le tenía preparada una cruel jugada, la delgada lienza de pesca se enredó en la rama en que estaba posado, al iniciar de nuevo el vuelo, alcanzó a avanzar no más de un metro, fue retenido violentamente por la cuerda enredada, sintió que sus entrañas se deshacían, aleteó inútilmente, nadie se percató de 
su terrible drama, luchó solo, no hubo quién le tendiera una mano, el cansancio y el dolor lo doblegaron, al final se quedó quieto con su cabecita apuntando hacia lo alto, mirando por última vez al luminoso sol que tanto amó, la muerte piadosamente acabó con su inútil e infructuosa lucha.

¡Cuantas aves, animales, árboles y toda la naturaleza misma es dañada insensatamente de manera tan terrible por las irresponsabilidades nuestras!. Ese pescador que dejó la carnada en la playa, no se imaginó que con ello sellaba el destino de aquella avecilla, que tan dolorosamente, como un péndulo trágico movido por la brisa, nos acusaba desde lo alto de ese aromo.

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