jueves, 20 de octubre de 2016

Lágrimas

Dibujo: Marcelo Poo Rocco
Acompañado de mis incondicionales, el Mau y el Rescoldo (Fox-terrier y Siamés respectivamente), mirando como las últimas brisas del sur mueven acompasadamente los ramajes de notros y radales, me puse a recordar nostálgicamente el pasado y me vino a la mente una emotiva vivencia que le ocurrió a mi querido hermano Sergio, a fines de la década de los 50 del siglo pasado, cuando aún vivíamos en Collipulli, y el tenía como diecisiete años de edad, para que ustedes la conozcan, con  mucha humildad usaré la ilustre herramienta del Manco de Lepanto para recrearla de la mejor forma, no creo para nada, que lo haga como él, pero al menos intentaré que la conozcan.

A Sergio le gusta mucho la vida a cielo abierto, desde siempre ha sido aficionado a la pesca y la caza, en la oportunidad en que este hecho sucedió, era  periodo indicado para coger peces y el clima estaba especial, por tal razón, el “Chocho” como le decía cariñosamente la “mami”, decidió ir a sacar una pocas truchas al río Malleco.

Para llegar al lugar deseado salió caminando del pueblo con rumbo norte por una ruta  que va hasta Angol, paralela al cauce de este hermoso curso de aguas, avanzó en esa dirección como cinco kilómetros, teniendo a su derecha el extenso Fundo Santa Cruz, sembrado de trigales, aún muy verdes por esos días primaverales, y que alegraban la vista de los caminantes, también lo sobrevolaron grandes y ruidosas bandadas de choroyes que se dirigían a dormir a los enormes pinares de Lolenco, después de este entretenido y largo andar llego a la altura de otro predio denominado Mariluán, ahí se desvió por un camino lateral hacia la izquierda y casi de inmediato comenzó a bajar una larga, sinuosa y empinada cuesta, llegando finalmente a la orilla del agua, en dicho lugar hay un vado que cruza el Malleco, que es atravesado durante la primavera y el verano por carreteros y jinetes a caballo que viajan a la zona de Chihuaihue. El campo agrícola que se ubica en ambos costados de este camino y que llega hasta el río, se llama El Toronjil y era de propiedad en esos tiempos de Donato Samur, “el Nono”, quién nos permitía pescar sin ningún inconveniente.

Comenzó su faena como a las cinco de la tarde, la cual es una muy buena hora ya que el calor comienza a bajar y las truchas salen a comer, el elemento o artilugio que usaba para este  fin  y que todos en esos tiempos empleábamos para capturar peces era una tarra, consistía en un tarro de nescafé, por supuesto vacío, al cual en su parte abierta se le colocaba atravesado un pedazo de palo de escoba que servía de agarradero, en este se amarraba la base de la lienza que se enrollaba por fuera de este envase de latón, en la punta de la lienza que permanecía libre se ataba el señuelo que era o un terrible plateado de pulgada y media o una cuchara española, llamada así ésta última por sus colores amarillo y rojo, los mismos de la bandera de España, patria de mi abuela Eudocia y también de Cervantes.

Para efectuar este tipo de pesca avanzaba ya caminando por la ribera, ya desplazándose por dentro del agua, incluso con ella a la cintura, lanzando y recogiendo el aparejo, tratando de llegar con precisión a los mejores lugares y enganchar las truchas más gordas, evitando, por supuesto, enredar el señuelo en las piedras, trozos de árboles o ramas. En esa oportunidad como casi siempre, le estaba yendo muy bien, había cogido como siete piezas de buen tamaño, entre arcoíris y farios, llevaba de avance río arriba como dos kilómetros y había dejado atrás un largo y profundo raudal (pozón), bordeado el río por el frente de innumerables sauces llorones, cuyas dobladas ramas llegaban hasta el agua, también teñían de amarillo ese entorno luminoso los extranjeros aromos, cuyo aroma enriquecía el aire junto a miles de otras fragancias sutiles con que la primavera inundaba todos los espacios, a ese hermoso tramo del Malleco lo denominábamos en jerga pesqueril como “El Botellón”, en ese lugar había un predio llamado “El Naranjo”, propiedad rural de una antigua y prestigiosa familia collipullense muy aficionados a remar y a disfrutar del río, por tal razón bajo ese dosel de verdes tenían un pequeño atracadero, donde amarraba “el bote John”, tío paterno de quién es ahora: gran educador, concejal emérito, tocayo y gran amigo, Don Pato Gacitúa, pero esa es otra historia, sigamos pescando con mi hermano.

Se encontraba llegando a la parte final de la Genética, campo fiscal en el cual se hacía o decían que se hacían ensayos de cultivos de distintas semillas de uso agrícola. Estaba lanzando el aparejo con mucho entusiasmo cuando de repente el silencio y la quietud de esa cálida tarde fue roto por una estruendosa quebrazón de ramas, seguida del persistente y continuo ladrido de un perro, al parecer de gran tamaño, que venía corriendo cerro abajo, no se veía pero sonaba como si el can estuviera acosando muy de cerca a una asustada presa. En ese enmarañado bosque, tapizado de verdes infinitos, se estaba dando una vez más el eterno drama de la vida o la muerte, la presa huyendo despavorida buscando alguna forma de salir con vida y el cazador tratando de conseguir su fin. 

Sergio estaba en medio del río, con el agua hasta más arriba de las rodillas, recogió presuroso la lienza y se quedó muy quieto, escuchando de donde venía ese bochinche, paró la oreja, percatándose que esto sucedía hacia arriba como a media cuadra, miró atentamente a ese lugar, estaba en eso cuando una figura fugaz saltó al cauce con  mucha prisa, levantando una pequeña cortina de agua, de inmediato vio que asomaba una cabecita por encima de la corriente, dedujo en ese instante que era el animalito perseguido, despistando a su enemigo, pero no supo de que se trataba, venía presuroso nadando directo hacia el lugar donde el se encontraba, al parecer sin percatarse de su presencia, dudó entre agarrarlo o no, pues podía tratarse de un gato montés o de una guiña que lo podía dejar todo rasguñado, mi hermano es arriesgado y decidió tomarlo igual, se dijo a si mismo, si trata de morderme o arañarme lo meto debajo del agua y listo, aguardó dentro del río esperando el momento preciso en que pasara por su lado, cuando esto sucedió, con un movimiento rápido lo agarró del cuello a la pasada, el animalito pataleó y trató de escapar, lo sumergió bajo del agua para que se sosegara, posteriormente salió con el hasta la orilla, lugar en que tenía su mochila artesanal con sus ropas secas y las truchas que había pescado, ahí se dio cuenta que había atrapado un pudú, en ese entonces nosotros lo conocíamos como venado, el animalito a pesar de su gran susto y probablemente por el remojón, se quedó quieto como entregado a su suerte, se trata de un cérvido muy pequeño que habita en Chile y cuyo color es café oscuro con un tono opaco muy especial, en suma es un animal escaso y muy hermoso.

Sergio que era un gran proveedor de la casa, primero pensó que esta era una buena presa para ser cocinada, pero por alguna razón que solo el conoce, decidió llevarlo vivo para que lo vieran sus hermanos, lo sujetó con una mano y con la otra vació la mochila y colocó el pudú dentro de ella, este venadito debe haber pesado entre tres y cuatro kilos, lo acomodó echado con la cabeza afuera, después que lo tuvo amarrado y listo, se hizo la pregunta del millón, ¿cómo voy a seguir pescando tan cargado?, capaz que se corten los tirantes de este viejo morral y se caiga todo al suelo o al agua, dudó de llevarlo, miró de nuevo el bolso y en ese preciso instante algo le llamó poderosamente la atención, el pudú estaba llorando, gruesas lágrimas le corrían copiosamente de sus oscuros y grandes ojos que lo miraban fijamente, a pesar de que mi hermano es bastante duro, este inusual hecho le tocó el alma, se acordó de las historias que nos había contado nuestra querida madre Francisca, de situaciones similares con respecto a estos pequeños cérvidos, en las cuales hasta las personas del corazón más endurecido se conmovieron al contemplar escenas como la más arriba relatada.

Mi hermano se sintió muy conmocionado al ver la infinita pena reflejada en la mirada del animalito, al mismo tiempo observó su ropa seca, zapatos de repuesto y el producto de la pesca tirados en el suelo y no sabía en que llevarlos, además tenía ganas de seguir pescando, se rascó la cabeza, lo pensó dos veces y fue para suerte del pudú, con cuidado desamarró la tapa de la mochila, el ciervito estaba muy quieto, lo sacó y lo puso parado sobre el pasto, no hizo ningún intento de salir arrancando, volvió la cabeza hacia el con su orejas muy derechas, lo miró como dándole las gracias por perdonarle la vida, posteriormente paso a paso caminó muy lento hasta la entrada del bosque, ahí se detuvo y volvió a mirarlo largamente, ya no tenía lágrimas y se perdió en la floresta como una suave sombra.

El Chocho se sentó en el suelo, conmovido por esta situación tan especial, que nunca antes le había ocurrido, miró un rato correr las aguas del Malleco, se sintió mejor y pensó, este venadito estaba hoy en su día de suerte, primero escapó del perro, que si lo hubiera cogido, jamás lo habría perdonado, luego saltó valerosamente al caudaloso río donde también se pudo ahogar y finalmente vino a parar a mis manos y gracias al recuerdo de las hermosas narraciones que nos había entregado la mami y sus lágrimas que me conmovieron, pudo volver a su bosque amado y vivir un día más, o muchos días más, escuchando el eterno murmullo de las aguas y el leve susurrar del viento entre las hojas de los robles, peumos y boldos que crecen allí por doquier.

Calmadamente, rellenó su vieja mochila artesanal, la amarró bien y se la echó al hombro, se comió una rica manzana silvestre y siguió pescando río arriba.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario