viernes, 11 de noviembre de 2016

Río Malleco

Este bello río nace mansamente de la entotorada laguna Malleco, de la cual hereda su ancestral nombre. Comienza su discurrir bajo un dosel de verdes infinitos, avanzando con suavidad y finura por un enrocado fondo y violentamente, sin previo aviso, se desploma hacia el abismo y sus aguas revueltas y espumantes reinician su vertiginosa carrera hacia el mar avanzando por un profundo cañón, que un glaciar, horadó laboriosamente durante miles de años, con las afiladas aristas de sus bordes.

Sus abruptas laderas aún están tapizadas de verde y todavía luce en sus rocas descubiertas, las profundas huellas que le dejaron a su paso los hielos milenarios, parece como si un gran león hubiera afilado las garras en sus empinados riscos.

Por este hondo cajón, el río avanza inclaudicable hacia su destino, va como en un gran desfile de parada, saltando sobre rocas, maderos destrozados, formando grandes y silenciosos raudales (pozones profundos) y también pequeñas y alegres cascadas, a las que el les pone el ritmo y la música, los viejos árboles apostados a sus riberas, junto con el viento aplauden su paso victorioso. No es grande ni pequeño, pero por sus orillas ha visto pasar miles de años de historias y tragedias, creo que representa mejor que nadie, la naturaleza indómita de la Araucanía y honra la bravura de quienes han vivido y muerto a sus márgenes.

En sus fértiles vegas vivieron en el pasado numerosos grupos de aborígenes en armonía perfecta con sus aguas y su entorno, él les proporcionó protección con sus altas paredes, bebida fresca, baño para sus cansados cuerpos, los frutos de sus árboles y los peces de sus profundidades. Sin duda alguna, muchas generaciones de ellos habitaron en un paraíso incomparable y como un tributo de respeto y amor, en las frescas orillas enterraron sus muertos dentro de humildes cántaros de greda, para que nunca dejaran de escuchar el murmullo de sus aguas.

En el siglo XIX mas o menos entre los años 1865 y 1885, este río se transformó en un hito histórico, durante esos largos y transcendentes veinte años fue la última frontera entre los ancestrales dueños de la tierra y los que del otro lado del mar, venían a quitársela, a sus orillas se asentaron fuertes y caseríos como Curaco, Perasco, Collipulli, Mariluan, Chihuaihue y otros, todos capitaneados por la vieja e histórica ciudad de Angol, hasta allí llegaba el mundo de los huincas, quienes durante todos esos años se prepararon concienzudamente para dar el gran salto, al otro lado los fieros caciques y sus valientes mocetones, sin dar una sola batalla comenzaron a ser derrotados por las armas más letales traídas allende el océano, el alcohol y el engaño.

Me parece increíble que estas morenas huestes, que por más de trescientos años contuvieron a los aguerridos tercios castellanos, fueran barridas en tan corto tiempo por estas armas tan sutiles.

Cuando terminó la Guerra del Pacífico y llegó el gran momento, el gobierno envió las victoriosas tropas del norte a dirigir la colonización de la Araucanía, estas, al toque de trompetas cruzaron sus aguas al galope y conquistaron toda la frontera con muy poca resistencia.

Los nuevos habitantes, de otra raza absolutamente distinta, no convivieron armónicamente con el río y comenzaron con el despojo de sus riberas y valles, sus bosques fueron talados, se despejaron sus vegas y pajonales y el trigo comenzó a teñir de amarillo las rojas tierras, los vacunos y caballares desplazaron sin miramientos a guanacos, huemules y pudúes, el sagrado canelo, los robles, laureles y tantos otros, fueron reemplazados por pinos, álamos y eucaliptus y ya no se escucharon más las trutrucas ni los cultrunes, sus quejumbrosos sones desaparecieron y se cambiaron por el de las guitarras y acordeones.

Frente a Collipulli, sobre una profunda garganta y a finales del siglo XIX, sus nuevos habitantes construyeron el Viaducto del Malleco, imponente mole de acero, de más de cien metros de altura, que unió sus dos orillas por las cumbres y que ha soportado por más de un siglo el paso ininterrumpido de miles y miles de trenes, que han llevado y traído gentes y todas las riquezas generadas en esta joven región.

Aprendí a nadar en las aguas del Malleco, junto con todos mis hermanos y amigos del pueblo, disfruté de mi infancia y juventud pescando, nadando y gozando de su excelsa belleza. He conocido muchos ríos, pero este se me quedó en el corazón. He visto todos sus rincones, lo he admirado por su gallardía y bravura, por lo que representó para las razas primitivas, para los colonos y para todos nosotros.

Podría describirlo de mil maneras, pero lo haré diciendo que es un gran actor con tribunas infinitas, desde las cuales en el pasado, miles de árboles contemplaban como por las mañanas aparecía envuelto en un velo de misterios y de nieblas y se adornaba con millones de gotas de rocío, que como iridiscentes diamantes cubrían hasta sus más apartados rincones. Engalanado de esta forma, esperaba la llegada del sol, quien como un gran ujier irreverente, descorría suavemente esos mágicos cortinajes, para contemplar embelesado la fresca danza de sus aguas, siguiendo acompasadamente la música del viento y de las aves.

Hoy ya no son tantos los árboles asentados en sus riberas, su cauce ha disminuido y hay grandes vacíos en sus tribunas, pero el como Garrick, repite cada día con más entusiasmo su inigualable rutina, ahora por supuesto con algunas variantes, que siguen deleitando de la misma forma a las nuevas generaciones.

Casi siempre le vemos muy suave y tranquilo, pero en algunos inviernos se encarga de recordarnos su poderío incontenible. Viene a mi memoria la imagen de una gran crecida, que aconteció a mediados de la década del sesenta del siglo pasado, oportunidad en que arrastró todo a su paso; viejas pasarelas, casas, animales, árboles, incluso se llevó para siempre el antiguo puente carretero, ubicado frente a Collipulli, joya de la ingeniería del siglo XIX que fuera traída desde las lejas tierras de Atahualpa, éste soportó heroicamente todo un largo día el asedio y embestida de las embravecidas corrientes, pero al fin cedió y en un instante, después de vibrar entero como en una agonía trágica, desapareció en el fondo de las enloquecidas aguas, nada quedó de él, solo en la primavera cuando su cauce bajó, se encontraron algunos restos de hierro oxidados y retorcidos y al mirarlos, nadie se hubiera podido imaginar, que por sobre ellos transitaron casi cien años de historia de la  Araucanía.

Hermano río, hemos destruido tus árboles amados, hemos sacado tus piedras, horadado tus paredes, te pisoteamos mil veces, nuestros desechos y suciedades los hemos vertido desaprensivamente en tus aguas, te hemos humillado de todas las formas, yo que he tenido parte en esta farra, te pido perdón por todo y estoy seguro que en el futuro, quizás no muy lejano, los hombres recapacitarán y se darán cuenta de tu valor y el de todos tus hermanos y sé que enmendarán sus errores y tus aguas correrán de nuevo limpias y transparentes, como cuando coquetamente se miraban en ellas, los negros ojos de Fresias y Guacoldas.

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