domingo, 6 de noviembre de 2016

Ponka

Quizás el raro nombre que encabeza esta historia les suene al de un bravo piel roja, galopando con las plumas al viento por las extensas planicies de Norteamérica o al de un invencible jinete de las hordas de Gengis Kahn, asolando implacablemente las frías estepas de Mongolia, pero no hay tal, en realidad corresponde a una más de las tantas criaturas, fieles compañeras del hombre en su duro y agitado transitar por el planeta, es ni más ni menos, que el de una perrilla de raza que en el folklor chilensis denominamos “perdiguera”, nacida a mediados de la década del noventa en las húmedas y lluviosas tierras que circundan el gran lago Llanquihue, mas específicamente en el sector de Collihuinco, compañera de innumerables jornadas cinegéticas emprendidas por sus amos: Checho, Titin y Conrado, todos ellos descendientes de colonizadores germanos, que en el siglo XIX, dejando atrás sus ordenadas y amadas tierras de Alemania, vinieron al fin del mundo a desmontar bosques impenetrables y crear praderas para iniciar la difícil y agitada vida de agricultores.

En una de esas tantas oportunidades en que recorrían cerros y quebradas en busca de las escurridizas perdices, la Ponka adelantándose a los demás perros que batían incansablemente la campiña, rastreo una, escondida y camuflada entre unos tupidos matorrales. En esa ocasión acompañaba al grupo de entusiastas cazadores, Cristian, sobrino de todos ellos, que en algunas oportunidades era de la partida, el cual en ese momento fue el único ubicado más cerca del lugar donde se detectó el ave, pero su posición de tiro no era la mejor, ya que se encontraba en una hondonada y la perra estaba “parando” la perdiz al borde la loma, repentinamente la asustada gallinácea alzó el vuelo, emitiendo su fuerte y característico grito, Cristian medio tropezándose en una champa de tierra, levantó su escopeta con mucha rapidez y antes de que la perdiz traspasara la cima, le disparó al bulto, pero debido a su desequilibrio se le bajó el tiro y este le pegó en gran parte a la Ponka, la que revolcándose por el suelo, aulló de dolor y a duras penas casi arrastrándose llegó hasta donde su amos y se tendió en la tierra sangrando, quedando como muerta, sus dueños quedaron consternados. Mientras el pobre animal acostado de lado respiraba agitadamente como si estuviera en las últimas, allí entre los cazadores se entabló una acalorada conversación de vida o muerte y Checho resumió finalmente la situación diciendo: ¡Esta perra está muriéndose y antes de que siga sufriendo más es preferible mandarle otro tiro para que se vaya de un viaje!.

Pero una cosa es decir y otra muy distinta hacer, Checho, como hermano mayor miró a Titin y le dijo: 
¡Dispárale tu Collolla!

Este lo quedó observando fijamente y le respondió:
¡Porque no lo haces tu que fuiste de la idea!.

Conrado que vive en la ciudad y que estaba expectante ante los hechos, viendo lo difícil de la situación y considerando que alguien debía hacerlo, dijo:
¡Yo se que ustedes la quieren harto, y por esa razón yo voy a cumplir esta ingrata tarea!

Cogió su vieja y fiel tralca calibre 16 de dos cañones, que calculo es mas o menos de una edad similar a la suya, hábilmente amartilló los dos tiros y con el dolor de su corazón apuntó directamente a la cabeza de la Ponka apretando un gatillo, todos se prepararon para escuchar un fuerte estampido, solo se oyó un siniestro chasquido metálico y nada pasó, nerviosamente la encañonó de nuevo, jaló con fuerza el segundo percutor, nuevamente solo se sintió el golpe seco del acero contra el acero, los cuatro se miraron sin decir palabra, por segundos un pesado silencio se adueñó de la escena, iluminada tenuemente por el frío sol invernal, Conrado abrió su escopeta para ver que había pasado y por que razón no salieron los disparos, en atención a que nunca le fallaba y ¡Oh sorpresa!, no tenía cartuchos en las recámaras, increíblemente se había olvidado de cargarla.

Quizás no me atrevería a calificar esto de suerte o de milagro, pero algo de eso hubo allí, puesto que en seguida que sucedieron estos hechos que relato, la Ponka abrió los ojos y se movió tirándose a parar, miró con dolor y ternura a sus amos y yo creo que jamás se imaginó, ni por un momento, que para aliviar su sufrimiento le hubieran decidido aplicar la eutanasia.

Viendo esta reacción ahí mismo se acabó la cacería, Conrado exclamó ¡Llevémosla para la casa, a lo mejor se puede mejorar!, con mucha rapidez como si todos hubieran querido alivianar un poco sus conciencias la pusieron arriba de la camioneta y la trasladaron hasta el hogar, la curaron con mucha diligencia, administrándole una verdadera tortilla de antibióticos, de tal manera que se mejoró bastante. Con mucha suerte las municiones solo le habían penetrado entre cuero y  carne, pero al recibir el fuerte impacto se le produjo un gran shock que creó la sensación, en los primeros momentos, de que estaba al borde de la muerte, situación que engañó a los cazadores.

A los quince días de sucedido este penoso hecho, estaba totalmente recuperada y correteando por los campos en busca de perdices, como lo siguió haciendo por muchos años mas.

También se preocupó de sembrar una nutrida descendencia de perritos, tan hermosos como ella y por supuesto, avezados perseguidores de perdices y liebres, entre ellos cabe destacar a la Dolca, la Suny, y el calambriento de Mister Musculin.

Como enseñanza de esta corta historia, queda de manifiesto que las reacciones humanas, en determinados casos, son impredecibles, la suerte muy de tarde en tarde juega a favor de las víctimas inocentes y por último se ratifica, una vez más ese famoso y sabio dicho popular que en buen castellano señala “nadie se muere la víspera”, ni siquiera la Ponka.


Dedico con mi mayor afecto y estima esta hermosa vivencia a mis amigos, sus protagonistas, quienes me han sentado a su mesa, y me han brindado su cariño junto a sus familias.

Sergio Schwerter Schwerter (Checho)
Tito Schwerter Schwerter (Titin, Collolla)
Conrado Schwerter Mohr (Conrado)
Cristián Añazco Schwerter (Cristian)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario