martes, 22 de noviembre de 2016

Los Custodios del Entierro

Dibujo: Marcelo Poo Rocco
Hace ya un montón de años, cuando todavía Chile celebraba con júbilo el tercer lugar obtenido en el mundial de fútbol de 1962 y el Paleta aún sentaba sus reales en La Moneda, ocurrió algo sobrenatural, que me fue relatado por la persona a la cual le aconteció este misterioso hecho, no soy muy crédulo de estas cosas, pero lo que me contó Elena con lujo de detalles con la verdad en sus ojos, si lo creo y por eso mismo, dando fe de ello, he decidido intentar narrarlo de la mejor forma posible, para compartirlo con ustedes.  

Ella en esa época, muy joven, fue contratada como maestra en la Escuela Rural Nº 15 (camino de Guadaba a Miraflores) en un lugar llamado San Ramón, ubicado en los faldeos de la cordillera de Nahuelbuta, al sur de la antigua y heroica ciudad de Angol.

Su familia en esos tiempos vivía en Collipulli y ella todos o casi todos los fines de mes viajaba hasta esa ciudad, el itinerario que usaba siempre era el siguiente: cabalgaba desde la escuela hasta la estación ferroviaria de Los Sauces donde abordaba un tren que mediante un transbordo en Renaico, la llevaba hasta Collipulli, por esas ventanillas de los trenes de antaño ella contemplaba pasar veloces los hermosos paisajes sureños que la relajaban y le acortaban el camino para llegar a casa y ver a sus seres queridos.

El domingo por la tarde, después de compartir y disfrutar con su numerosa familia compuesta de papá, mamá y trece hermanos y hermanas, regresaba mediante el mismo sistema de viaje, pero a la inversa, hacia su lugar de trabajo. Cuando llegaba  a Los Sauces, un alumno de su curso llamado Manuel, Manuelito para ella, llegaba a esperarla montado a caballo y traía el de Elena de tiro, este equino muy manso, en el cual cabalgaba, se lo había regalado don Aurelio, su padre, un muy buen hombre a quien tuve el privilegio de conocer y que por esas fechas se desempeñaba como administrador de un fundo triguero y ganadero en Lolenco, muy cerca de Collipulli.

En la oportunidad en que este hecho ocurrió, es decir esa tarde primaveral de domingo asoleada y calurosa de 1963, fue a esperar a Elena su pupilo, como tantas otras veces. El camino por el cual transitaban, estaba reseco y polvoriento, muy cerrado, rodeado de bosques y pequeñas vertientes, que refrescaban un poco esa cálida tarde, en esos años recorrido solo por caballos, carretas o piños de vacunos. A los costados de esta ruta, pequeños predios se sucedían unos a otros, la mayoría de ellos estaban adornados de trigales, por esos días de un verde profundo, peinados en grandes ondas por las suaves brisas del sur y como una sinfonía de la primavera, miles de abejas batiendo el aire con sus alas de cristal hacían su trabajo eterno e incansable, los zorzales y las tencas le cantaban a esa tarde luminosa, la nota quejumbrosa la ponía el arrullo de las torcazas desde el fondo de los bosques, como anunciando que algo inusual ocurriría.

El chico que la acompañaba, seguramente porque tenía hambre o sed, apuró el tranco de su lloco (caballo) para llegar luego a casa, ella cabalgaba detrás de él, como a una cuadra de distancia, e iba seguramente pensado en lo que haría el lunes con la inquieta muchachada de su curso cuando, por un momento y en forma muy sutil se produjo una especie de quietud silenciosa, las aves no se oían y la fresca brisa austral dejó de mover los trigales, fue como si el tiempo se hubiera detenido por un instante, esto la inquietó y levantó la vista, observó que frente a ella venía caminando un anciano de baja estatura, patichueco y encorvado, vestía pantalones de un tono oscuro con múltiples parches y remiendos, llevaba puesta una manta chica, color del suelo, con tantas hilachas que casi parecían flecos, su cabeza estaba cubierta por un deteriorado sombrero, sumido hasta las orejas, debido a lo cual prácticamente no se le veía la cara, calzaba retobos de lana y rústicas chalas de cuero de vacuno encorrionadas hasta más arriba de los tobillos, su andar era cansino y derrengado y lo hacía con un halo de misterio difícil de entender, al hombro agarrado con sus oscuras y crispadas manos llevaba un raído saco que seguramente contenía todas sus pertenencias terrenales, le acompañaba un perrillo, muy pequeño de raza indefinida que avanzaba cojeando delante de él.

Cuando se cruzaron en el camino Elena lo saludó pero él no levantó la cabeza ni dijo nada, solo pasó a rozar levemente el estribo de su montura, esto le produjo un ligero escalofrío sin saber porqué. La actitud del personaje le pareció muy rara ya que toda la gente de esos lugares acostumbra saludar con amabilidad a las personas que se les cruzan o que se encuentran a la vera del camino, intrigada detuvo su caballo y se volvió a mirar hacia atrás, pero ¡oh sorpresa ! ya no estaban ni el viejo ni el perro, literalmente desaparecieron. Le pareció rara esta insólita situación y se preocupó, apuró el paso de su caballo y alcanzó al niño, le consultó quién era ese personaje tan desatento que no le respondió el saludo, el alumno la quedó mirando con carita de susto, ella le señaló las características del hombre y el can con que se había cruzado, ante esta aclaración el niño le señaló :

¡Señorita yo no vi a nadie! 

–y luego exclamó muy asustado: ¡El viejo y el perro!

¿Que pasa ? – le preguntó ella.

El le dijo con voz temblorosa y entrecortada que se trataba de unos fantasmas que se aparecían en ese tramo del camino, dicho esto, picó espuelas y arrancó a galope tendido como si hubiera visto al mismísimo diablo, casi de inmediato se perdió en una nube de polvo y no paró de chicotear su pobre bestia hasta que llegó a la escuela.

Elena, dadas las circunstancias, con preocupación miró para todos lados y sin entender bien lo que le farfulló Manuelito, apuró su pingo y rápidamente llegó al colegio, al lado de la cual había una vivienda en la que pagaba pensión.

Los habitantes de dicha casa estaban reunidos fuera de ella, el niño ya les había contado lo sucedido, después de desmontar les preguntó con preocupación, ¿Que fue lo que pasó en el camino? ¡Quedé desconcertada con lo que me dijo Manuelito, no logré entenderle bien!

Las personas le aclararon muy agitadas que se encontró con la aparición del viejo y el perro, le señalaron que con anterioridad también los vieron otras personas, algunas de las cuales casi se murieron de susto, pues sabían acerca de esa historia, a la vez le aclararon que no les hacían ningún mal a las personas con las que se cruzaban, después de esta explicación le preguntaron si vio bien donde desaparecieron, ya que según una antigua leyenda en ese lugar había un entierro de mucho valor, Elena no lo pudo precisar, pues no tenía idea de que en ese tramo del camino se presentaba esta pareja tan singular, Manuel que estaba en el grupo, ya más calmado, le aclaró que no vio ni se cruzó con estos personajes, tampoco observó que entraran al camino por ningún lado, debido a esto, quedó muy claro que ese día solo ella los pudo contemplar.

Posteriormente transitó muchas veces por esa misma ruta, siempre con un poco de susto, pensando que sí esta vez se iba a fijar donde desaparecían, pero nunca más volvió a encontrarlos.

Con este acontecimiento pasó a integrar la corta lista de las personas que se han cruzado con este dúo enigmático e incorpóreo, lo que si le quedó grabado para siempre fue el instante en que el anciano le tocó el estribo de su montura cuando no le respondió el saludo.

Lo que aquí he señalado es verdadero y le ocurrió a Elena Venegas González, la Nenita como le dice cariñosamente don Choti, su homo fidelis, profesora normalista hoy ya pensionada, que atesora en su corazón éste y muchos otros recuerdos hermosos de sus años de juventud, entregados a la enseñanza de generaciones de niños en los faldeos de la cordillera de Nahuelbuta.

El mentado entierro, es probable que siga allí, aún nadie ha visto el lugar exacto en que desaparecen el viejo y el perro, quizás algún día, alguien a quien se le aparezca este par de duendes misteriosos, pueda hallarlo y disfrutar de las míticas riquezas que posiblemente están enterradas a la orilla de ese antiguo y polvoriento camino.

A lo mejor todo lo del tesoro fabuloso, es sólo un cuento de viejas o una historia creada alrededor de una fogata y allí hay enterrado solo sueños.

Lo que si es cierto, es que por esos lugares transitan un par de almas en pena, que quieren recordarnos a los que hoy caminamos por este mundo, que la vida sí es un verdadero tesoro invaluable, para que la cuidemos y disfrutemos y no nos ocurra la desdicha de perderla trágicamente como a ellos seguramente debe haberles sucedido.

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