lunes, 11 de diciembre de 2017

Huapitrío

Cuando Ingresé a cursar el cuarto año de humanidades, en el Instituto Mercedario de Victoria, me encontré con compañeros de curso que no conocía, ya que previamente hice mis tres primeros años de secundaria en el Liceo Particular Coeducacional Nocturno de Collipulli, pueblo donde vivía junto con mi numerosa familia y que distaba de Victoria unos 33 kmts.

Este nuevo curso del cual formé parte el año 1954, estaba integrado solo por 14 alumnos, hago un preámbulo para señalar que dentro de ese grupo hermoso de jóvenes en la flor de la vida tuve grandes compañeros y perdurables amistades, tales como: El Colorín Correa,  El Potro Correa, El Conejo Reuse, El Huaso Herrera, El Chato Zagal, Morales, Viveros, El Pato Figueroa y varios más cuyos nombres lamentablemente no recuerdo, pero quiero destacar entre ellos, sin desmerecer a ninguno, a Gerardo René Acosta Carvallo, que por ese entonces contaba con 17 años de edad, él junto con sus padres y dos hermanos menores (Patricio y Eduardo), vivían en un predio agrícola, que aventureramente había adquirido su padre hacia algunos años atrás, en la zona de Huapitrio, distante de Collipulli (Provincia De Malleco) unos 15 Kmts., el campo donde ellos habitaban, abarcaba una gran vega, que era recorrida por el río Renaico, la parte alta de este predio contaba con lomajes suaves y gran cantidad de arbustos y en un lugar privilegiado, muy cerca de un risco, se ubicaba la casa habitación, las bodegas y los corrales, este hermoso predio del cual eran dueños, tenía numerosos potreros, grandes y abundantes pastizales y también espesos bosques. Aquí se criaba ganado y se sembraba, especialmente lentejas, que se daban muy bien en esa zona.

Desde esta bonita vivienda que señalé anteriormente, se tenía una imponente vista del valle, que era regado generosamente por el Renaico, cuyas riberas, al comenzar la primavera se teñían de amarillo oro, al florecer los innumerables aromos que lo orillaban en todo su trayecto. La casa era de un piso, cómoda y acogedora, muy bien cuidada y con grandes aleros laterales, debajo de los cuales se instalaba en la primavera y verano, el comedor de diario y siempre cuando almorzábamos corría una brisa agradable y fresca que nos reconfortaba a todos, ¡Qué recuerdos aquellos!

Me viene a la memoria clarito, una de esas tantas veces en que llegué caminando, desde Collipulli hasta tu casa y justo era la hora de almuerzo (¡qué casualidad!), en esa oportunidad era verano y el comedor estaba bajo el alero sur de la casa, todos me saludaron afectuosamente y me acuerdo como si fuera hoy, tu mami me dijo, ¡ Menos mal que llegaste Armando, ahora sí que vamos a disfrutar comiendo hartos y ricos salmones!, me sentí muy halagado por este cumplido y le agradecí sus  amables palabras. Después del postre tuvimos una larga y conversada sobremesa, y también un justo reposo por la gran caminata que me había pegado desde Collipulli.

Terminado este merecido descanso y a pesar de que estaba bastante fatigado, René y Patricio me convencieron y partimos hacia el río, tomamos nuestros aperos de pesca, bajamos la larga y sinuosa cuesta, comiendo a la pasada ricos frutos de moras y maquis silvestres, así llegamos caminando a la orilla del río, armamos los equipos necesarios de pesca, que por esos tiempos consistían en un tarro de Nescafé, al cual se le enrollaba unos 30 metros de nylon monofilamento o simplemente lienza de hilo trenzado. Se amarraba esta linea al envase de lata, en la otra punta se le ataba una cuchara o un terrible (implementos dotados de sendos anzuelos) y empezaba la pesca. Lanzábamos estos artilugios caseros hasta el centro de las corrientes o raudales (pozones), cuando picaba una trucha grandecita (Fario o Arcoíris), se escuchaba la voz alegre y fuerte del afortunado que la había enganchado diciendo: ¡Agarré una buena!, recojan sus lienzas para que no nos enredemos, una vez que tenía el pez afuera en la playa, se emitían los comentarios de rigor, ¡Es una arcoíris grandecita como de medio kilo!, la suerte que la sacaste, ya que venía muy mal agarrada y así continuaba esa jornada hermosa con exclamaciones y risas, cada vez que algo mordía el terrible o la cuchara.  Nos entreteníamos en ello un par de horas, pescando y echando la talla, cuando los tres habíamos cogido unas 6 o 7 truchas de buen tamaño, parábamos la faena, les sacábamos las escamas y las viseras, las limpiábamos y las llevábamos listas para que se cocinaran en la casa.

El Renaico es un hermoso río que nace en la cordillera de los Andes, en el macizo de Pemehue muy cerca del volcán Tolhuaca, se desplaza por un gran valle encajonado en la cordillera y más abierto hacia el valle que él mismo horadó laboriosamente durante cientos de miles de años, sus vegas, como lo señalé anteriormente, son amplias, hermosas y muy fértiles; las riberas de este antiguo curso de agua, están bordeadas de: aromos, peumos, boldos, hualles y matorrales de todo tipo, especialmente zarzamoras, es una maravilla y un privilegio contemplarlo, su fondo es muy pedregoso, posee amplios y profundos raudales, largas, espumosas y sonoras correntadas de un color verde oscuro profundo, donde habita una gran cantidad de peces.

Todo el tiempo había algo que hacer en ese campo, a veces nos tocaba cambiar de potrero a los vacunos, en otras oportunidades encerrar a los terneros por las tardes, estos últimos se juntaban al día siguiente con las vacas que iban a ser ordeñadas.

En algunas oportunidades después de almuerzo, además de ir a pescar, también nos íbamos a bañar en las frescas aguas del río y  aprovechábamos estos viajes, para contar los animales y ver si estaban todos.

Por otra parte, le hacíamos empeño a las cacerías, en la época que correspondía, cazábamos liebres, conejos o perdices, estas últimas por esos tiempos, eran muy abundantes en ese predio, cuando llegábamos con estas gallináceas silvestres, su mamá disponía a que se cocinaran como cazuela, quedaban muy buenas y con un sabor muy especial, debido a esta razón, hasta los días de hoy, me acuerdo del gusto que tenía ese plato exquisito, único diría yo. Ello me hace rememorar muchas veces esos años de juventud, en la casa campesina de mis queridos amigos los Acosta, también me recuerdo, que éramos atendidos con mucho cariño, por una huasita de grandes ojos y oscuras trenzas, que siempre tenía en su carita morena una sonrisa amable y coqueta, ella le ayudaba con mucho empeño a tu mami con las labores de la casa.

Me parece estar viendo a tu papá, don René, aventando lentejas en esas calurosas tardes de verano, los más de los días llevaba puesto un pantalón de mezclilla con pechera y tirantes, en la parte de atrás tenía cosido un gran parche cuadrado como refuerzo, esta ropa la usaba para trabajar con la horqueta, lanzando al aire, con ímpetu, la paja de las lentejas, de esta manera con ayuda del viento y en forma tan rústica, lograba exitosamente separar las semillas del capotillo y una vez que estaban listas y limpias, las guardaba en sacos o bolsas para posteriormente comercializarlas.

No se borra de mi memoria el dormitorio en el cual nos alojábamos. Tengo presente y nunca me olvido que había un gran espejo, y tú me señalaste, que cuando ustedes iniciaron la aventura de abandonar Santiago, el camión que lo traía cayó a un río, no sé cuál, y la imagen se veía toda distorsionada por la acción del agua, era muy divertido mirarse en el espejo, también en esa pieza había una gran colección de la revista Life, que yo no conocía, me entretuve leyéndola, y me gustaron de tal manera, que cuando empecé a trabajar, las estuve comprando por muchos años.

René, ¿te acuerdas cuando hicimos la gira de estudios a la ciudad argentina de Mendoza?, eso fué algo inolvidable. Partimos de Victoria en el tren expreso una noche de primavera del año 1955, época por la cual cursábamos el quinto año de humanidades, viajamos los siete alumnos que conformábamos el curso: Correa, Reuse, Herrera, Figueroa, Zagal, tú y yo, dirigidos por un padre mercedario a cargo del grupo. Cuando llegamos a Santiago (yo primera vez que iba) nos alojamos en la Iglesia de la Merced, que está ubicada en pleno centro de la Capital, este gran, antiguo y vetusto convento, tenía un patio interior lleno de añosos árboles, donde se alojaban: tórtolas, palomas, zorzales y gorriones, era un espacio de gran quietud, totalmente distinto al ruido ininterrumpido que había en las calles que lo rodeaban. Ahí pernoctamos, en esas antiguas y coloniales piezas, donde quizás cuantos monjes y personajes de la historia pasaron desde los tiempos de la patria vieja, en ese templo tan solemne y especial fuimos muy bien atendidos y mejor tratados.

Un día, tú nos invitaste a visitar unos parientes que a la vez estaban relacionados con la familia del Presidente de la República, que por esos tiempos era don Carlos Ibañez del Campo, fue una linda y enriquecedora experiencia, me presentaste unas hermosas primas y conversámos bastante

Después de un par de días de visitar y conocer lugares, como el Estadio Nacional por ejemplo, nos embarcamos nuevamente en tren, esta vez con rumbo a la ciudad argentina de Mendoza, cruzamos la cordillera mirando boquiabiertos las nieves eternas y las montañas majestuosas, al llegar al otro lado nos dirigimos al convento mercedario de esa localidad. Este era bastante grande y cómodo. Me acuerdo que en la amplia pieza del comedor, adornado con pinturas religiosas antiguas, había una larga y robusta mesa de madera oscura, al parecer caoba, donde fácilmente se podían acomodar unas 30 personas, en la parte de la cabecera de la misma, donde se sentaba el Prior, que era un cura grueso y bonachón, había dos llaves metálicas que sobresalían de la pared, nosotros pensamos que eran de agua potable fría y caliente, pero no, ¡Oh sorpresa! para todos nosotros, por una salía vino tinto de primera y por la otra un mosto blanco pipeño exquisito, cuando se terminaba el vino en la mesa, el Prior se daba vuelta en su silla, abría las llaves y rellenaba las jarras que se habían consumido, la comida era opípara, abundante y muy exquisita, especialmente las carnes, el que quedaba con ganas de seguir comiendo, se repetía.

Recorrimos la ciudad de Mendoza de lado a lado, fuimos a conocer el campamento de Plumerillo, espacio donde se formó el ejército libertador de San Martín y O’Higgins, en ese lugar hay una gran monumento a  esta gesta gloriosa, es entero de bronce y está compuesto por varios soldados a caballo de tamaño natural, es una alegoría muy completa y bellamente diseñada.

Visitamos viñas, plazas y lugares y yo con la poca plata de que disponía, me pude comprar chocolates y golosinas para llevar de regalo a mis numerosos hermanos, en fin... fue una expedición inolvidable, era la primera vez que hacía un viaje tan largo en tren y más encima al extranjero.

Finalmente muy requete agradecidos, nos despedimos de los curas y también de la ciudad de Mendoza, y emprendimos el regreso a Chile, cruzando de nuevo la imponente cordillera de los Andes, pasamos raudos por Santiago, y finalmente regresamos a nuestro lluvioso sur, con recuerdos inolvidables en el alma.

Quiero hacer una evocación de cómo era la vida en el colegio, nuestras actividades y nuestros afanes, una de las cosas que no se me olvida y que aún resuena y retumba en mis oídos, es el sonido de la banda instrumental conformada por alrededor de 50 alumnos del colegio. Estaba constituida por dos partes, una instrumental y otra de guerra, y eran dirigidas magistralmente por el excelente profesor de física y química don Juan Rhodes (Q.E.P.D), yo tocaba un instrumento de viento denominado bajo cantante y formaba parte de la segunda voz de la banda.

Nuestro uniforme era un chaqueta azul, pantalón blanco, gorra blanca, zapatos negros y un cinturón oscuro, con qué gallardía y entusiasmo desfilábamos por esas calles victorienses de nombres gloriosos, como: Chorrillos, Tacna, Miraflores, La Concepción y tantas otras. ¡Qué tiempos aquellos!

Una de las veces más importantes que nos correspondió tocar desfilando, fue en la oportunidad que el Presidente de la República, don Carlos Ibañez del Campo, visitó Victoria por tres días, a raíz de su aniversario fundacional. Durante esa tres largas jornadas tocamos para todos los desfiles, ya que el batallón Tren del Ejército, que estaba destacado en la ciudad, no poseía banda. Me acuerdo que tanto tocar en esos memorables días se me llegó a hinchar la boca. ¡Qué evocaciones imborrables!

¿Te acuerdas René, que también teníamos un grupo de teatro y que en varias oportunidades, representamos la obra “Don Juan Tenorio” de Zorrilla, asesorados y dirigidos magistralmente por el insigne profesor de castellano, que nos tocó en suerte, don Carlitos Carriel (Q.E.P.D), recorrimos como cuatro ciudades de la provincia presentando esta hermosa obra teatral, ¿te acuerdas que acarreábamos telones que nosotros mismos pintamos?, ropajes y toda la parafernalia que se necesitaba para su puesta en escena, incluso llevamos unos grandes parlantes, para que nadie quedara sin escuchar lo que decíamos, fuimos aplaudidos a rabiar en todos los lugares en que actuamos, me acuerdo de que en esa obra yo representaba al Rey de España.

Amigo René, se me viene a la memoria la oportunidad en que nos correspondió interpretar a cuatro voces, el coro de la ópera Nabucco de Guisepe Verdi, denominado Va Pensiero, una parte la cantaban las chiquillas de las monjas y la otra nosotros. ¡Qué hermosa salió la presentación de esa obra magistral!, y qué bellas eran las intérpretes femeninas, ¿cómo estarán ellas ahora?, no lo sé, pero ese recuerdo, esos instantes del pasado, se me quedaron en el alma, siempre que escucho esa música coral maravillosa, vuelven a mí esos años de nuestra juventud, en realidad nuestros espíritus siempre se mantienen jóvenes, el que envejece inexorablemente es nuestro cuerpo físico.

Finalmente, amigo y compañero René, ahora que estamos entrando en el invierno de nuestras vidas, quiero agradecer el haber compartido contigo esos años inolvidables de la juventud, también a tus padres y hermanos que me recibieron como uno más, en la amable mesa de tu casa, muchas gracias amigo, el recuerdo de esos viajes y correrías de la adolescencia me acompañarán hasta el último día.



FIN

Armando Póo Kutscher
Nov. 2017

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